Diaros de Ayer y Hoy
El olor a tierra húmeda, el frescor de la exuberante vegetación, La alegría de los pájaros cantando, el aroma de los castaños, de los robles ¡de los almendros, con sus flores blancas apuntando al cielo…!
Madre se pierde en los recuerdos de sus años jóvenes y los ojos se le ponen chispeantes de añoranza.
En los cálidos días de primavera, nuestro padre se acercaba a verla desde su pueblo, subido a una vespa que compartía con sus hermanos. Los sábados por la tarde había baile en la sala de la estación y las chicas, vestidas con sus mejores galas, bajaban riendo por el camino, que ya lucía verde, oloroso y plagado de flores, tras las lluvias que habían llenado de agua ríos y arroyos.
-Siempre recuerdo ese camino con vuestro padre llegando a bordo de su vieja vespa de color verde, levantando polvo del terraguero, que se le pegaba a los pantalones y sobre todo al calzado y lo teñía de gris. Cuando nos pasaba por delante se le iluminaban los ojos y nos sonreía a todas. ¡Siempre fue muy simpático! Después paraba la moto en la puerta y hablaba con los demás mientras se limpiaba los zapatos con un paño y esperaba a que nos acercáramos. Ellos pasaban primero y dentro, nos lanzaban miradas tanteando a ver a quien preferirían para bailar. Y nosotras esperábamos conteniendo la respiración, hasta que se acercaban a hablarnos.
– ¿Y de qué hablabais? – pregunta la niña con los ojos abiertos por la curiosidad.
La niña es mi hija, que ya tiene casi veintidós primaveras, pero para madre todos sus nietos siguen siendo niños.
-Pues de cualquier cosa -dice con las mejillas arreboladas: – “que si tienes novio, que si quieres bailar conmigo, que si preséntame a tu amiga…”
-¿Así os conocisteis? – insiste ella de nuevo
– No, ahí no fue -dice con convicción -¡Fue en la cantina!
A madre se le van los ojitos derechos a aquellos días. Siempre que habla de entonces nos dice que fueron tiempos duros para todos, pero que ella fue muy feliz.
– De aquel día recuerdo el sonido del agua corriendo por el arroyo sobre las piedras. El río nos avisaba de que iba lleno y a la llegada del verano podríamos aliviarnos del calor. Había que tener mucho cuidado con ese río, porque tenía muchas trampas y era fácil ahogarse.
-¿Os bañabais en el río? -dice la niña curiosa y añade enseguida: ¿Como era tu bañador?
– ¡Uy! Dice madre, entonces no había bañadores ¡nos bañábamos en combinación!
La mira con asombro porque no sabe lo que es.
-Antes – le aclaro yo- las mujeres llevaban bajo la ropa un vestido finito de tirantes. Se llevaba básicamente para prevenir la irritación de la piel al rozar con las telas gruesas del invierno o, para evitar que el sudor traspasara la ropa en las estaciones de calor. También para impedir que se notaran las formas del cuerpo con las telas más finas.
Hace un gesto de desagrado, porque entiende cuánto tiene que ver con el recato y le toca de cerca a su vena feminista, pero no dice nada, solo pregunta:
– ¿Qué llevabas puesto cuando os conocisteis?
– ¡Bueno, ya no me acuerdo! – dice madre con un gesto de la mano y añade: ¡tienes unas cosas!
-Venga, haz memoria -insiste la niña- ¿no dices que teníais poca ropa entonces?
– -Jajajaja – madre se ríe con ganas por semejante ocurrencia.
-Yo tenía dos vestidos, dos faldas y dos blusas – dice – Me los había hecho la modista del pueblo, porque entonces no había tiendas de ropa, nos traían las telas y los trajes, los abrigos, los pijamas…, todo se hacía a medida ¡hasta la ropa interior!
Continúa hablando como si estuviera allí en ese momento:
-Entonces vestíamos todas de largo. A mí la falda me llegaba más abajo de la rodilla, casi a los tobillos. Esa era de color chocolate y la blusa de algodón, blanco roto, con cuello canesú redondo en color beige; me lo hizo mi madre con puntillas para que no fuera tan “pelada”. ¡Bien bonita quedó! Me daba pena ponérmelo para ir trabajar.
Sigue hablando como en ensoñación:
-Cuando conocí a yayo iba yo a comprar a la cantina, que era como un supermercado de ahora, porque tenían de todo – aclara- Tu abuelo estaba dentro hablando con José Luis, que era hijo del dueño y amigo de mi hermano Santiago. Estaban tomando un vino. Yo entré a comprar las cosas que me había encargado mi madre y a cambiar un sombrero que le quedaba grande a mi hermano mayor. Llevaba un cesto de mimbre colgado del brazo y el pelo recogido en una trenza gruesa y larga ¡como tu melena! y mi color de pelo era como el tuyo también
Mientras lo dice pasa sus dedos por las puntas del cabello de la niña y ella le devuelve el gesto acariciando su pelo blanco azulado.
-Ahora también lo tienes muy bonito, yaya -le dice- y se lleva un montón este color.
– ¡Vaya por Dios! – dice ella sonriendo.
-¿Ibas maquillada ese día, yaya?
-¡Uy, quita, quita! Ni ese día ni ninguno, porque entonces no había maquillaje ¡La que era guapa lo era de natural! Bueno, a veces nos pintábamos los labios con los arándanos, pero eso era jugando y, debíamos tener mucho cuidado porque si se manchaba la ropa ya no se quitaba. Luego trajeron a la cantina una crema para la cara que se llamaba Bella Aurora
Se para un momento pensando y luego suelta una rima:
– “Para juventud, belleza y lozanía, Bella Aurora cada día”-Yo la usé muchos años después -dice colocando la mano sobre el apoyo de la muleta para descansar el brazo.
La niña se ha quedado admirada de su buena memoria
-Bueno ¿Y qué te dijo yayo? – pregunta otra vez, como saliendo de un trance.
Se sonríe unos segundos y contesta:
– No me dijo nada, pero me miró con tanta insistencia que me puse nerviosa. Luego le preguntó a José Luis de todo sobre mí.
-Cómo lo sabes? -dice
-Pues porque su hermana era amiga mía -contesta- Él se lo dijo a ella y ella me lo dijo a mí.
-Lo mismo que pasa ahora- dice mirándome a mí.
Sigue el interrogatorio:
– ¿Y bailaste con él ese día?
-Ese día no porque era día de trabajo y no había baile ¡pero el sábado sí ¡Y nos acompañó a casa
– ¿A todas? – pregunta sorprendida
-Sí, claro, entonces no podías ir sola con un chico, tenías que ir acompañada de alguna amiga, una hermana, un hermano….
– ¿Y en el baile? cuéntame que pasó
Se ríe y le acaricia la mejilla.
– ¡Pues nada, que iba a pasar! Las chicas nos sentábamos en las sillas que había colocadas junto a la pared. Nosotras bebíamos naranjada o limonada, ellos se agolpaban en el mostrador donde vendían los billetes, porque el baile se hacía en la sala de espera de la estación – explica- Ellos tomaban vino, coñac, anís y desde allí nos miraban y decidían con quien iban a bailar.
– ¡Claro! Ellos elegían, ellos exigían, ellos podían…. ¡Ellos, ellos …, siempre ellos! -se encrespa la niña.
– ¡ Si, los hombres podían casi todo y nosotras casi nada- dice madre como resignada- ¡eran otros tiempos ¡y amplía: las mujeres de entonces estábamos educadas para entenderlo así. Ninguna bebía alcohol, bueno quizás en alguna boda una pizca de anís y estando ya casada, pero pocas veces. Recuerdo a una señora de allí que vendía vino a granel y se emborrachaba todos los días. La pobre estaba enferma, era de la edad de mi madre, pero no tenía hijos. Servía el vino con una medida y cuando llenaba las garrafas, las pizcas que sobraban se las bebía. Se envició sin quererlo creo yo, pero desde luego ¡se pillaba buenas “melopeas” …!
-Jajajaja- se ríe la niña
-Ay, no te rías pobrecilla, que sufría mucho y era muy buena mujer -dice seria y añade: ¡Tenía ese defecto!
-Con los ojos brillantes por los recuerdos, fija la vista en los adornos de la pared, aunque en realidad ni los ve.
-Los hombres estaban todos hablando acodados en el mostrador. También estaban mis hermanos Eladio y Santiago; José Luis, el de la cantina; Teodoro el de la finca; Rafael, el del tractor y, algunos más que eran de otros pueblos. Tu abuelo se acercó en cuanto empezó la música y me dijo que si quería bailar con él. Bailamos un vals corrido, pero solo uno, porque si te veían bailando más de una vez con el mismo ya hablaban de novierías y si bailabas con más de uno, también tenías que cuidarte porque decían que bailabas con todos.
Hace un gesto de desánimo y sigue hablando:
– ¡Jolín, cuanto ceremonial, yaya!
-Pues sí, es verdad. Ni como entonces ni como ahora – dice reflexionando -que todo tiene un término medio.
-Me lo pidió muchas veces antes de que nos hiciéramos novios – dice con una sonrisilla en los labios- Me decía que quería una relación formal, casarse y formar una familia y, ¡que le gustaba mucho! que se llevaba bien con mis hermanos y que le gustaba mucho; que tenía trabajo y que le gustaba mucho; que yo le gustaría a su familia y que le gustaba mucho….
A la niña se le ríen los ojos de ver la felicidad de ella cuando lo cuenta. En realidad, es como si las tres estuviéramos viendo la escena.
-Un día le vi llegar sobre la vespa verde. Recuerdo muy bien esa tarde, el sol brillaba mucho y había niños jugando en la calle; los barriles, como siempre, a la puerta de la cantina…
Él pasó con su sonrisa blanca de siempre y la tez morena de trabajar el campo y, más adelante, se paró a hablar con uno de los jóvenes. Le vi guapo y me dije, hoy le digo que sí
¡Y así fue!
– ¡Ay que bonito, yayita!
-Bueno, después, cuando salíamos del baile, tropecé con una piedra y casi me caigo. Si no es por él que me sujetó de un brazo y por mi amiga Maruchi que me sujetó del otro, habría visto el suelo desde cerca. ¡Qué vergüenza!
-Jajajaja. ¡Ay, yayita que graciosa eres!
Cuando la niña se marcha madre relata como para ella sola:
-Que dolor da saber que ya han muerto casi todos.
Ya hace tres años que perdimos a padre y aún le echa mucho de menos. ¡Siempre lo hará!
Sumida en sus pensamientos, clava la mirada más allá de la terraza, por encima de las flores que ya asoman entre las hojas y, mucho más allá de los árboles que rodean nuestra calle.
El clima es hoy perfecto ¡ni frio ni calor! El día luminoso y el silencio de la tarde ha cesado porque muchos han salido a pasear aprovechando la luz. Pero madre no presta atención al murmullo de la gente en la calle, ni a los aplausos de todas las tardes, ni a las conversaciones que tenemos la niña y yo, comparando la vida de entonces con la de ahora.
Madre prefiere quedarse prendida de sus recuerdos porque allí, vuelve a vivir otra vez.
Año 2020 d.C.
Era de la Pandemia del siglo XXI
M.L. Ventura. Marisa con M de Mujer.
Diarios de Ayer y Hoy es un homenaje a nuestros mayores personificados en la figura de Amelia, madre de M.L. Ventura y Manuel, padre de Elisa Bueno. Autora de los dibujos de toda esta sección es Prado Ventura. Los publicados hasta ahora en: La Galería de Pradit.
Esperamos que, nuestras historias, os lleguen al corazón.
Capítulos ¡Ayeres!
La receta que acompaña a esta historia: ARROZ CON LECHE