CUENTO. EL PÁLPITO DE PHARELIOS.

I

Aquellas palabras sin sentido fueron el inicio de todo. Pequeños susurros que goteaban como una lluvia ligera, constante que cala hasta los huesos.

Los últimos meses las voces sonaban con más intensidad. Los sonidos, insistentes,  palpitaban en el interior de su mente hasta que los dejaba salir para ser escuchados.

Presagios. Globos inflados de miedos que se elevan al infinito hasta que explotan.

Ella tan solo quería soñar cada noche con los ángeles. Acudir cada mañana a su tienda de artesanía, vivir una rutina predecible.

Pero aquella primera voz cambió su percepción de las cosas. 

¿Ahora que alguien ocupaba sus pensamientos y su cama? “Ahora no” pensó.

Agonizaban los últimos días del invierno más  devastador  de la centuria. Como un animal herido de muerte, la estación exhalaba el último y gélido aliento antes de dar paso a la cálida primavera.

Aquella noche, tumbada frente a la chimenea se concentró en el crepitar del fuego engullendo la leña. Mimetizada con el contoneo de las llamas, cayó en un profundo sueño mientras la noche se tornaba madrugada.

Un resplandor le despertó y, coexistiendo en el crepúsculo, vio dos soles, uno muy brillante, el otro rojo. Tras ellos, escuchaba aullidos metálicos, llantos desgarradores.

Las imágenes llegaron después, en color sepia, como una película muda: “Cuatro espejos rotos. Cuatro sillas vacías. Un pozo negro con cuatro manos alzándose al cielo.

Al final, todo desaparecía en una avalancha inmensa de nieve blanca, como el destello cegador de los soles y el sonido de los lamentos, cada vez más ensordecedores.

Entonces el astro púrpura comenzaba a manar sangre.

Despertaba angustiada y al dormir de nuevo, su madre estaba sentada a los pies de la cama: “Niña, déjate llevar por tu intuición. No te resistas a lo inevitable y escucha a tu alma. Cuatro esquinitas tiene tu cama, cuatro angelitos que te la guardan”.

Y al instante siguiente,  era un bebé, tranquilo y feliz, mecido entre sus brazos. Desde la ventana, los dos soles brillaban extraordinariamente bajo un manto de nieve blanca y sobre un cielo azul. Su madre sonreía mientras le cantaba la canción de cuna:

Sueños de niña,

imaginación latente,

premonición cumplida

torbellino o torrente...

Los astros cohabitando en el cielo era un fenómeno real causado por las extremas temperaturas. Las nubes altas se congelaban generando una especie de halo alrededor del sol semejante a otro astro brillando cerca de la estrella.  Su nombre científico era Parhelios.

Pero su sueño premonitorio era un puente entre dos mundos. Ahora tenía que buscar una pequeña grieta para escapar de lo conocido y adentrarse en el interior  de lo escondido.

Recordó a su abuela.  Hoy las fantasías de una anciana dejaban de serlo:

“Las mujeres de nuestra estirpe predecimos el futuro. Somos adivinadoras de sueños y hacedoras de augurios. Lo llevamos  en la sangre. Vivimos dormidas. Nuestros dones se niegan a ser nombrados hasta que estamos preparadas.  Y esta resistencia nos va rompiendo desde dentro,  hasta hacernos pedazos por fuera. Entonces despertamos.”

II

Siempre se levanta antes del amanecer. Le gusta saludar al primer rayo de sol, llegar al taller muy temprano para trabajar sin interrupciones y crear auténticas joyas con sus manos.

helada
unplash

Excepto esta mañana. Tras una noche en vela, se ha quedado  dormida, como la primavera que hiberna ajena a sus presagios.

Clarea el día, tenues rayos de luz resaltan el manto de escarcha que cubre la calle. Y las voces inconexas de la pasada madrugada, continúan acompañándola de camino al trabajo.

Intenta expulsarlas ocupando su cabeza en cualquier otra cosa. Cuenta los pasos que le separan del andén mientras canturrea los números: 1,2,3… pero las voces no quieren marcharse.

El sonido metálico de unas ruedas deslizándose sobre hierros, se asemeja mucho a los aullidos de su sueño.

Sus ojos se dirigen al tren que entra en la estación. Uno, dos, tres y el cuarto vagón abre sus puertas. En su interior, ve los primeros CUATRO asientos ocupados; un anciano leyendo el periódico, una mujer ojerosa con auriculares, un oficinista consultando su móvil, un operario dormido sobre el cristal del vagón. Al fondo, CUATRO asientos vacíos y una caja de cartón en el suelo. Frente a ellos, los ojos azules de una niña se cruzan con los suyos. Está sentada con otras tres colegialas adormiladas con sus mochilas en el regazo. tres más una, CUATRO .

Se le congela la sangre y se paraliza frente a las puertas abiertas del vagón, escuchando las enseñanzas de su abuela:

“Todas las mujeres de nuestro clan tenemos un vínculo. Somos transmisoras ancestrales de información. No existen las casualidades. Existe un destino, la aceptación del ser. Hasta que lo encuentres, el linaje te guiará por inexplicables caminos.”

Escucha el pitido del tren, las puertas cerrándose. Siente el aire que la máquina deja a su paso, como una estela perdiéndose en la negrura del túnel. A cámara lenta vislumbra el número del coche; 444.  Entonces, despierta de su letargo y el don comienza a fluir.

III

El instante se transforma en infinito y siente una presión incontrolable en el estómago. Los sueños, las voces, la mirada color mar de aquella pequeña… Algo terrible va a pasar. 

La premonición es tan real como el vagón que está siendo engullido por la negrura del túnel.

via tren
unplash

El trote de una mujer intentando alcanzar al coche que se aleja, le devuelve a la realidad. Y escucha su conversación por el móvil:

– “Lo siento, hija. Acabo de perder el tren. Cógelo tú y me esperas en la cafetería”.

Y entonces, por encima del eco del tren,  resuena la voz de todas sus madres ancestrales fundiéndose en ella para advertir a la desconocida.

 “¡¡¡NO; NO; QUE NO LO COJA!!!”. 

Aquella mujer le mira  con ojos asustadizos y comprende  los suyos suplicantes. 

Siente un pálpito y responde a su hija sin dejar de mirar la cara desencajada de la mujer: “Laura, mejor no lo cojas, espérame a que yo llegue en el siguiente tren ¿vale? Nos vemos ahora.”

Ninguna de las dos mujeres se dirigen una sola palabra, tan solo pasean y esperan, como el goteo de  pasajeros soñolientos que van llenando el andén.

Entre la maraña de gente, las dos se reencuentran en el instante que suena la megafonía: “Señores pasajeros: Todos los recorridos de cercanías quedan cancelados. Disculpen las molestias”

La madre llama inmediatamente a su hija para confirmar que sigue esperando. 

“Hija, ¿qué pasa por ahí?…” 

Le escucha atentamente:

“Cielo no te preocupes. Me alegro que esas personas no hayan subido al tren. Ya nos enteraremos qué ha pasado. Coge un taxi y vuelve a casa. Hasta ahora, cariño”.

Y de repente, ellas se abrazan, ya no son dos desconocidas. No hacen falta palabras para describir un nuevo renacer y la madre desaparece del andén con el corazón lleno de esperanza.

IV

Sale a la calle. Ya no hay voces en su cabeza. Escucha el ruido rutinario de los coches, los móviles parlantes,  los niños jugando a la entrada del colegio…y en la lejanía, sirenas de ambulancia, de bomberos, de policía.

Ahora las voces y la angustia, ya no están en su cabeza, sino en la ciudad.

 Un hombre de avanzada edad habla por el móvil:

  ¿Sabes si Tony  ha llegado ya a Atocha?, le llamo pero no me contesta.

Un escalofrío, como una corriente eléctrica, recorre su cuerpo y de repente, le viene a la mente la niñita de ojos azules, el abuelo leyendo la prensa, la señora de aspecto agotado, quizá descanse por fin…

Son los que quedaron atrapados entre los dos soles de sangre, los que nunca volverán a casa: ¿Cuántos más serán recordados?

Siente la luz y hay esperanza. Está en aquellos que nunca subieron al vagón 4 del tren 444, a los que pudo salvar  gracias a otra madre  que creyó en el pálpito de una extraña. 

 Se acaricia su vientre, todavía terso y comprende: “Un día, el don de las mujeres de la estirpe crecerá en tu interior y una nueva vida perpetuará nuestra especie. Es la herencia de los ancestros. Un gen capaz de solapar el ayer con el mañana”.

Llama a su clan, a todas las mujeres que perpetuaron la descendencia.

Sus almas se comunican a través del don que corre por sus venas.

El destino le regaló un nuevo comienzo y ella lo aceptó sin reservas.

Escucha en sus entrañas ese pequeño corazón solapado con el suyo.

“Ya nunca más estarás perdida.” Y como hizo su madre y su abuela antes que ella,  por primera vez en el vientre materno, arrulla a su hija con aquel poema  al que siempre vuelve:

Sueños de niña,

imaginación latente,

premonición cumplida

torbellino o torrente.

La sangre dormida,

el alma paciente

fluyendo la vida

por una pendiente.

Estirpe cumplida

bullendo en tu vientre.

¡No te resistas

a tu clan que te advierte!”.



Esta entrada me ha inspirado una receta para entonar el cuerpo. LAS LENTEJAS AL ESTILO DE CASA


Deja una respuesta