I PERSÉFONE
Soy absolutamente feliz.
Mi tierra es la más hermosa entre todas las bellas.
Flores de tonos intensos crecen en los campos verdes. Los árboles se alzan orgullosos tocando el cielo con sus ramas. Mi bosque es una sinfonía de colores y cantos de animales que habitan en cada rincón.
Estoy rodeada de cariño.
Mi madre, Deméter, me ha enseñado a amar la naturaleza. Sin sus enseñanzas no sería yo misma. De ella he heredado un don muy especial. Somos las responsables de que los bosques florezcan llenos de vida, aromas y melodías. Podemos convertir los campos de cereales en alfombras doradas elevándose al sol y otros muchos fenómenos naturales nacen o mueren según nuestras emociones. Ella es imprescindible en mi vida.
Dice que la belleza de estos bosques es el reflejo de mi perfección. Pero imagino que todas las madres pensarán que sus vástagos son insuperables.
Mis queridas Dafne y Regina son dos espíritus libres que me acompañan allá donde voy. Juntas creamos las insignificantes cosas que hacen de esta tierra la más próspera que se pueda imaginar. Nuestro capacidad para modelar una semilla, una gota de lluvia, un soplo de brisa o una chispa de sol hace que la energía de este valle sea infinita.
Despierto al alba para saludar al primer rayo de sol, el que me inspira y conduce mis pasos. En mi camino saludo a los aldeanos que siempre me devuelven una sonrisa. Ellos saben lo que significa mi presencia. Son unos privilegiados por compartir este lugar tan especial con nosotras. Yo intento que lo recuerden cada día, que no olviden agradecer al universo las cosechas abundantes, la tierra fértil, el agua limpia, los cielos azules.
Hoy preparamos la fiesta de la siega y la vendimia. Toda la campiña olerá a pan recién horneado. El vino, gestándose en las barricas durante 365 días, se verterá en las copas y en los corazones. Esta noche las risas serán más intensas, los bailes más mundanos y las canciones mucho más bellas. Agradecer al universo y a mi padre Zeus este regalo, nos hace sentirnos bien con nosotros mismos.
Junto a mis inseparables ninfas, busco una de las plantas más exclusivas que jamás concebí. No he sido capaz de recrear otra igual. En su lugar, han florecido otras flores maravillosas pero ninguna tan singular como el “corazón sangrante”. Gotas rosas deslizándose sobre la flor, con la forma que le da su nombre, son un espectáculo hipnótico.
Se sabe extraordinaria y se esconde de las miradas curiosas. Tan solo se abre conmigo. Agradecida por ser cómo es, me regala sus pétalos para disfrazarse de guirnalda. Su aroma e insólita belleza nos recordarán la magia de este lugar.
Una inmensa cadena de corazones púrpuras sangrando lágrimas rosas adornarán cada esquina en el día más importante del año. Un único día para una flor única.
– Perséfone, bañémonos en nuestra cascada y después, en el claro, preparamos las guirnaldas de corazones.
¡Qué idea maravillosa ha tenido Regina!
Las aguas cristalinas que descienden directamente de las montañas del Olimpo son cálidas y empapan de alegría la ingenua desnudez de nuestros cuerpos.
Las voces empastadas de nuestras canciones rebosan de melodías el bosque. Los pájaros revolotean a nuestro alrededor y los animalillos salvajes salen al claro para disfrutar del espectáculo.
De repente, escuchamos un ruido ensordecedor que parece emerger de las entrañas de la tierra. Las aves huyen bateando sus alas y las criaturas del bosque corren a sus escondites.
Nosotras nos cobijamos bajo el olmo centenario. Su tronco protector nos mantendrá a salvo.
La tierra comienza a temblar bajo nuestros pies.
Ayudo a Dafne y Regina a subir a las ramas del árbol. Primero Dafne, después Regina. Llega el momento de mi turno y extiendo mi brazo cuando siento cómo el suelo se abre a mis pies y algo me atrae hacia el abismo.
Grito pidiendo ayuda, pero Regina y Dafne están petrificadas por el terror, agarradas a las ramas parecen estatuas de sal.
Lo último que veo son sus caras de angustia y después solo oscuridad. Tengo ganas de vomitar, todo me da vueltas, caigo al vacío a una velocidad asombrosa. Lentamente pierdo la consciencia. Me estoy muriendo y mi última imagen es la cara de mi madre, su sonrisa, su abrazo y el aroma de un corazón sangrante atrapado en mi mano.…. Me llena de paz esta emoción y después nada.
II DEMÉTER
El temblor se ha sentido en toda la campiña. Ventanas y mesas engalanadas parecen ahora piezas rotas de un desván abandonado.
Deméter vislumbra a Perséfone y siente un pálpito sombrío. Sus almas están tan estrechamente ligadas que sienten el dolor de la otra. Sale de casa buscando a su hija.
¡Perséfone, Perséfone! – grita desesperada. Corre por todos lados hasta que encuentra a las ninfas agarrotadas en el viejo árbol.
A sus pies, una guirnalda magnífica sin terminar…
– ¿Regina, Dafne? ¿Dónde está Perséfone?
El estado de shock en el que se encuentran no les permite ni parpadear.
La guardia real consigue bajarles de las ramas.
–Yo tocaba ya su mano para auparle conmigo y algo tiró de ella. En un instante, la tierra se la tragó y se cerró de nuevo”.
Regina llora desconsoladamente pero a Deméter nada le importa excepto cavar con sus manos la tierra donde su hija ha desaparecido.
Aquellos dedos plagados de dones que convierten los campos en tierras fértiles, que llenan la hierba de amapolas y las ramas de frutos carnosos, no son capaces de salvar a su pequeña.
Durante las semanas siguientes Deméter recorre todo los lugares buscando a su Perséfone. Cada día que pasa sin ella aumenta su tristeza y angustia.
El amor es capaz de cambiar el curso de los acontecimientos.
Deméter ha olvidado la importancia de cuidar este mundo. Ya no regala sus cálidas sonrisas en forma de cosechas. Su tristeza convierte a la tierra verde, en una extensión yerma.
Los campos pierden su esplendor, el bosque se apaga. Las semillas se protegen bajo el subsuelo de tanta congoja.
Los gritos angustiosos se transforman en vientos huracanados agitándose entre las ramas de los árboles, sus hojas tiritan y, cansadas de luchar, caen inermes sobre el árido suelo .
El sol, vencido por el llanto de la madre, abandona al cielo dejándole inundado de lágrimas, envuelto en un manto gris. Nada crece. Todo enferma y muere.
Las ninfas ahora recorren los mares condenadas a vivir en las aguas heladas hasta que su hija vuelva a casa. Nunca más ninfas, para siempre sirenas.
El mundo ahora es un desierto blanco.
Su agonía ha helado la tierra.
III HADES
Hades, desde su inframundo, escucha un día más las risas de Perséfone, huele su aroma embriagador y siente que no puede vivir sin ella.
Es tan fuerte su deseo que olvida lo que está bien de lo que está mal y le empuja hacia su abismo sin saber qué sucederá mañana. Lo único que importa es que hoy está aquí y su belleza es tan perfecta que cuesta mirarla.
La luz que emana de su interior empapa las tierras muertas recordando tiempos remotos en los que la vida habitaba el inframundo. Solo su esplendor llenará otra vez de vida la oscuridad.
No quiere asustarla, necesita con todas sus fuerzas que comprenda lo importante que es para Hades.
Todo está preparado para cuando despierte.
Sus estancias, sin sol que las ilumine, están cubiertas con cientos de velas y lámparas de aceite para que imagine su cielo estrellado.
Pero nada ocurre como él imagina.
Perséfone despierta llena de lágrimas y tiritando de frío, sus ojos azul violeta se empapan de terror:
–Perséfone, no llores, no tengas miedo. Aquí nada ni nadie te va a hacer daño.
–Quiero volver a mi casa, con mi madre, por favor, déjame ir.
Acaba de llegar y no puede perderla pero Hades siente una tristeza infinita por ella.
–Déjame enseñarte mi reino, a todas las criaturas que aquí viven y todos sus rincones. Y si dentro de una semana quieres marcharte, te dejaré ir, no eres una prisionera. Necesito que me conozcas, que me veas con tus ojos.
Perséfone piensa que sietes días son casi un suspiro y accede a conocer al rey del Inframundo.
El amor es el único capaz de cambiar el curso de las cosas y un Hades enamorado quiso enseñar a su amada la armonía nacida del caos.
El primer día, Perséfone cree morir en un mundo estéril pero tiene el don de ver la esencia única de cada ser, flor, animal y en las entrañas de aquellas tierras desérticas y negras palpita un corazón.
El segundo día encuentra en los ojos de aquel dios solitario un alma enferma y sabe el porqué está allí. Ella es el medicamento para sanarla.
Así que el tercer día, está segura que él y su mundo merecen una oportunidad. Hades se sincera mientras pasean por sus tierras. Necesita que ella perciba cada detalle de su mundo, el aroma de las huellas de un mar reseco, el eco de las aguas que esconde las profundidades.
El día cuatro Perséfone descubre las personas, las arenas desérticas, las montañas tortuosas y en todo ello están escritos sus miedos. Le enseña sus secretos, le muestra su poder. Todas aquellas emociones conforman su universo.
El quinto día sabe con certeza que este mundo no está poblado de maldad. Tan solo que un día perdió la calidez del sol, sus campos no florecieron más y desaparecieron los bosques. Sin aquellas aguas cristalinas que un día recorrieron sus montañas, el inframundo se ha vuelto frío, triste y desamparado.
Ella intuye el mundo maravilloso que era antes. Quizá su don pueda cambiar todo aquello o al menos intentarlo.
Perséfone le sonrié en el sexto día, comprende su dolor y, por primera vez, el cielo plomizo del inframundo se ilumina con una tenue luz. Ella puede obrar el milagro de la luz y la vida porque el amor, todo lo puede.
Perséfone regala a Hades una semilla de sus bosques y una lágrima de sus ojos.
Los enamorados se funden en un solo espíritu y el firmamento se llena de vida y la claridad engulle a la negrura.
Amanece el último día con los desiertos llenos de flores. La bella Perséfone se debate entre la alegría de volver a casa y la tristeza de la despedida.
La belleza se manifiesta de muchas maneras. El amor es la más poderosa de todas ellas.
Aquel Dios que siempre imponía su voluntad, ahora se rinde a los pies de su amada.
Su compasión se impone a la fealdad. Su ternura supera la desolación y todo lo que se esconde en las entrañas de una tierra inerme explosiona en un abanico de aromas y colores. La semilla henchida de felicidad comienza a crecer y la lágrima riega la tierra dotándola de vigor. La máquina de la vida se ha puesto en marcha y el negro se pinta de claro oscuros.
IV EL AMOR QUE TODO LO PUEDE
Zeus preocupado por su querida Deméter, baja al inframundo para encontrase con Hades. Le muestra la tristeza que ha provocado en la tierra de su amada, ahora más devastada que su propio reino.
Un día sin Perséfone es impensable en cualquiera de los dos mundos.
Hades ahora entiende el dolor de Deméter al arrebatarla a su hija.
El amor, si es sincero nunca es egoísta, se pone al servicio del amado, aunque eso signifique dolor y ausencia.
Hades sabe que Perséfone añora la luz de los campos, el calor del sol, el aroma de las flores, la alegría de los animales merodeando a su alrededor y sobre todas las cosas, el amor de su madre. Necesita abrazarla una vez más.
Aquel Dios del inframundo transformado en un ser enamorado, cumple su promesa y a pesar de rompérsele el corazón, le deja marchar.
Una última vez se aman hasta el alba para llevarse sus aromas con ellos.
Con el corazón partido entre dos amores, Pérséfone vuelve a su mundo.
El encuentro entre madre e hija es mágico.
Los campos se transforman de nuevo en esplendorosos, las semillas salen de su escondite como flores multicolores, las ramas de los árboles se llenan de hojas, por doquier brotan flores y frutos. El sol ilumina un cielo azul cristalino y las vidas recién nacidas llenan cada rincón. Cientos de crisálidas se rompen en alas de mariposas tapizando el bosque de colores.
Los humanos recogen sus cosechas y se prepara una nueva fiesta de la vendimia.
Pero Deméter percibe añoranza en su hija. La niña que desapareció no regresará jamás.
En su lugar ha vuelto una mujer enamorada, atrapada entre dos mundos.
Se adentra cada noche en los sueños de Perséfone, anhelando descubrir calma y equilibrio pero los encuentra abrazados, paseando, riendo, siempre con él en su inframundo. A Deméter le fascina la luz tenue y la belleza camuflada bajo la niebla que Perséfone le muestra.
Y no solo Deméter advierta esta melancolía, el mundo que les rodea deja de florecer. El fuego que reprime Perséfone, lo recoge el sol y el calor incesante seca los campos.
La recién amada siente mucha nostalgia de otro mundo y aquella madre sabe que su pequeña es dueña de su propio destino.
Casi tres meses lleva Perséfone buscando un equilibrio en su vida. Nunca tendrá sus dos amores a la vez pero sí puede repartir su tiempo sin renunciar a ninguno.
Ahora pertenece a dos mundos y posee lo mejor de cada uno de ellos.
Su decisión salomónica es respetada por todos. Permanecerá 6 meses junto a Deméter y el resto del año viajará al inframundo para disfrutar del amor de Hades.
Llega el momento de la despedida. Esta vez las ninfas y sus flores, animales y aves le acompañan, siguiendo la estela que ella deja a su paso.
Y así las entrañas de la tierra se abren, saludando a la esplendorosa comitiva de luz y energía.
Cada vez que Deméter deja marchar a su hija, a pesar de saber que es absolutamente feliz con esta decisión, no puede evitar el llanto. Entonces la tristeza se apodera de la tierra fértil y los campos se vuelven grises y las semillas se esconden hasta la vuelta de Perséfone.
La añoranza enloquece a Deméter y cuando llegan las nieves una vez más, las gentes de este mundo están preparadas.
Imaginan a Perséfone sonriendo con su alma gemela y ellos ríen también, seguros que su tiempo de cosecha volverá y sus campos florecerán de nuevo con mayor intensidad.
Ahora es tiempo de descansar. Frente a sus chimeneas encendidas y sus graneros llenos de trigo, esperan la llegada de Perséfone con un sentimiento de felicidad y equilibrio porque la luz volverá para tostar sus cuerpos al sol.
El amor todo lo puede.
El equilibrio nunca es perfecto pero es generoso. Arriba o abajo, ahora los tres disfrutan unidos de una vida eterna, repitiendo sus ciclos. Aunque nunca estarán juntos, siempre sentirán la presencia en la lejanía a través del hilo que mantiene a los dos mundos en una armoniosa complicidad; el que renace con Perséfone y el que se apaga sin ella, esperando tenerla de nuevo.
Y cuando Perséfone está creando vida y sonrisas en su mundo de luz, no deja de cantar para que Hades, escuchando su voz, ilumine su mundo de oscuridad y no olvide a su alma gemela.
No importa el tiempo ni la distancia que los separe, los corazones tienen la capacidad de abrazarse y las frases no dichas, a veces se oyen con más nitidez que las que se pronuncian en voz alta.
“ Espérame amor, espérame.”
Este cuento está inspirado en las composiciones fotográficos de Rocío Orcera. En su sección, FOTOGRAFIANDO DESDE MI INTERIOR, podéis encontrar todos los cuentos que me han inspirado sus maravillosas fotografías.
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