CAPÍTULO 1

-I-
Bajo las ramas del olmo milenario que descansa en el valle, una niña de piel oscura y ojos de miel, vive en una casita de madera. Resguardado por inmensas montañas, el lugar está protegido de tormentas, sequías y depredadores, especialmente del más letal de todos ellos, el hombre.
La niña experimenta las emociones naturales de aquel ecosistema. Absorbiendo toda la sabiduría que la naturaleza le regala, percibe los sentimientos de sus semejantes, la ternura de los cachorros, la sed de la flor que se marchita, la tristeza del animal herido, el dolor de la muerte, la felicidad del primer rayo de sol calentando los campos de trigo.

Cada mañana, despierta con el trino de cientos de pájaros que revolotean entre las hojas del ancestral árbol y lo primero que sienten sus pies es la inmensa alfombra multicolor de amapolas, violetas y margaritas silvestres que cubre toda la pradera.
Pero lo más singular del valle es el inmenso río que fluye de sur a norte. Nace en el profundo mar y asciende contra corriente arrastrando caracolas, conchas y finísimas piedras, convirtiendo las orillas de la ribera, en playas de arena blanca.

Cuando alcanza el centro de la vaguada, el río lleva el sonido y el ímpetu de las mareas. Ahí, en el punto más álgido, se transforma en una furiosa cascada azul mar, con sus crestas de olas y espuma blanca caracoleando al son de una melodía tan hipnótica como mágica. Y lleno de esplendor, continúa viaje hacia su última parada.
Agotado por el ritmo frenético de sus aguas que arrastra desde su nacimiento marinero, alcanza la senectud. Allá arriba, justo en el pico más alto de la montaña, placentero y pausado, muere en un pacífico lago de aguas cristalinas.

Quizá sea la magia que se respira en las brisas con sabor a sal, el aire que envuelven cada rincón o ese carisma atípico y singular de todo lo que allí vive y crece, pero aire, tierra y agua, se encuentran en perfecto equilibrio.
Las cordilleras que delimitan la vaguada, son tan altas que la niña es la primera en saludar cada mañana al sol y la última en abrazar la luna. Después cae en un sueño increíble en el que las musas le susurran cómo cambiar desgraciados finales por felices y placenteros desenlaces.

Como el río, que no muere sino que se transforma en una nueva esencia, lo extraordinario de estos premonitorios sueños infantiles, es su capacidad real de transformar vidas trágicas en otras llenas de esperanza.
Alegría recoge toda la energía acumulada en sus relatos dormidos. Cada amanecer, junto a la cascada del río, baila una coreografía, serpenteando y revolcándose al ritmo de las crestas erguidas que continúan hacia la montaña. Es su manera de guardar cada aventura en su lugar, de recordar la esencia de la vida y llenar de sentido los espacios que habita y las tareas que hace.

Alegría ama su rutina en el valle. Es absolutamente feliz. Pero esta niña es mucho más que un ser inocente. Su existencia en el valle tiene una importancia tan extraordinaria que traspasa los límites de su hogar. La pequeña solitaria nunca está sola. Los susurros de sus ancestros, sus musas, habitan en su interior, le cantan y sus ecos son la llama que mantiene viva su alma, otorgándole la fuerza que necesita para crecer en armonía con su mundo y su poder.
Pero ella no es más que una niña y no entiende de inmensidades. Así que, cada día, se afana en terminar sus tareas para acostarse en su mullida cama bajo el olmo, observar el primer rayo de luna deslizándose entre sus ramas y dejar que los susurros le otorguen la potestad de soñar y transformar vidas.
Fin del Capítulo 1

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El Cuento completo:
Estás leyendo: El susurro de las musas I El susurro de las musas II El susurro de las musas III

Este primer capítulo, acompaña a la primera receta de la sección de Cristina Repostera: LA MASA MADRE PERFECTA
Encuentra aquí, todas las entradas de Cristina Repostera y una pequeña presentación de su sección.
Tierno y emotivo relato.
El pan tiene una pinta estupenda!.