Fotografía: Rocío Orcera
Villalba. Madrid.
I
Han pasado tres décadas, pero recuerdo, como si fuera ayer, el aroma a brisa marina, el revoloteo de las olas convirtiéndose en espuma, desapareciendo entre gotas de arena y su sonrisa, llena de luz que me transportaba a su mundo de fantasía.
Recuerdo el relato que me contaba siendo una niña. Yo le escuchaba como si de un cuento se tratara, una historia triste e irreal que no me pertenecía:
“La providencia me llevó hasta ti. Desembarcamos en la isla de Cito para comerciar en el puerto, cuando algo asustó a mi yegua. La perseguí a través de un valle hasta la entrada de una aldea. Sería el olor a tragedia que emanaba del lugar la que frenó en seco al animal. Lo que fue un lugar lleno de actividad ahora era una aglomeración de maderas calcinadas, y una peregrinación de cuerpos sin vida. Excepto tú, que yacías junto a tu madre, parecías querer despertarla. Tendrías dos años a lo sumo. Elevaste tus ojos color aceituna hacía mi caballo. Tu mirada despierta, indefensa, me cautivó”.
Siento que cuenta la historia de otra persona porque yo no recuerdo otra tierra que esta isla, ni otro hogar que esta villa, ni otra familia que él.
Desde entonces vivo en un paraíso inexplorado. Hasta el sol decidió quedarse a vivir los 365 días del año, en este pedazo de cielo terrenal.
II
He crecido en paz, entre estos montes y brisas marinas . Él fue siempre un profeta con un propósito. Se convirtió en un ejemplo de vida. Desde niña me entrenó para reconocer mi destino. Descubrir el diseño que me convertía en exclusivo, como mi ADN.
No deseo más de lo que tengo cada día, vivir las emociones más elementales, compartir lo que cultivo, reunirme alrededor de las hogueras para escuchar la magia de sus historias.
Es esta la razón por la que un puñado de seres, de naturalezas muy diversas, hemos conseguido lo imposible. Sobrevivir en armonía.
En esta Tierra sagrada, las serpientes venenosas se convierten en lagartijas que pintan nuestras montañas con miles de colores. Las plantas medicinales cubren de flores los campos con tonalidades atornasoladas y respiramos su aroma curativo que nos otorga una juventud imperecedera. Los frutales, siempre florecidos, y el descanso bajo las sombras de los frondosos árboles son testigos de esta primavera eterna.
Los erizos gigantes que aquí habitan son el muro de protección que nos mantiene invisibles. Rodean esta tierra alimentándose de cualquier peligro que quiera traspasar nuestras fronteras. Tras estos muros naturales, ya no existe nada, solo oscuridad, muerte, pandemias.
III
Mientras me transformaba en la mujer que soy, conocí la sabiduría de este lugar y me enamoré de mi protector, el maestro del que tanto aprendí. Un amor desprendido y sin medida, un amor a la naturaleza y a la esperanza.
Me enseñó que las razones para vivir son difíciles de identificar, pero una vez que lo haces, los pasos hacia la verdad son imparables. El camino más sencillo es el más difícil de seguir, sonreír a la mañana, dar las gracias a un mar en calma, cabalgar sobre la grupa de los delfines, hablar el lenguaje de los árboles, diferenciar el canto de un gorrión del llanto de los peces blancos. Escuchar desde nuestro interior y observar con el alma.
Ahora conozco mi naturaleza, siempre lo supe en lo más profundo de mi corazón. Estoy moldeada con la sal de este mar. Esta noche será la primera luna llena sin Él. Cuando el cielo se llene de millones de estrellas y la cercanía de la inmensa bola anaranjada, henchida de luz, refleje mi cara en las aguas marinas, será el momento del adiós. Treinta años después que mis pies infantiles pisaran por primera vez estas arenas, llega la despedida.
“Cuando me marche”- me decía- “puedes llorar, sentir un vacío en el corazón o sonreír por la vida que hemos compartido y vivir una dicha plena por los dos”.
Sus enseñanzas me han traído a este momento.
Nos despedimos con el corazón lleno de emociones, observo por última vez como se mece entre las olas, se aleja melodioso, arropado por las espumas blancas hasta desvanecerse en las profundidades de estas aguas salvadoras que él descubrió.
El poder de la esperanza, del amor, me transformó en lo que soy.
Quizá el secreto haya sido sembrar verdades para recoger cariños o puede que se trate de esta isla y sus secretos.
Cuando la cercanía de la luna provoca la pleamar, eriza el bello de las bestias y la sal, condensada en sus orillas, modela a Las ninfas hasta convertirlas en mujeres de extraordinaria belleza que respiran y sienten sin saber lo que son. Hasta que llega su momento. El primer instante que ven su reflejo iluminado en las aguas bajo la luz de la luna.
Siempre tuve necesidad de luz, como un reflejo de mi propio ser.
Hasta ayer tuve un pasado de niña y un presente como mujer. Hoy continúo el camino desde el corazón, el mío y el de la tierra que me lo muestra como un tesoro. Hoy soñaré que mañana sale el sol y, al despertar, junto al primer rayo del alba, iluminaré los rincones de esta tierra con la alegría de conocer la verdad.
A ti, mi salvador, vivirás en mis recuerdos el resto de esta vida.
Al fin, he encontrado esa esencia que me hace exclusiva.
Mi nombre es Nereida y soy una de las 45 ninfas que habitan este maravilloso planeta. Este es su legado, un reducto de tierra fértil y serena frente a tanta desolación. Aquí hemos permanecido durante siglos. Es el hogar de aquellos corazones que persiguen la esperanza.
Allá por el año 200 a.c, los romanos se asentaron en Frumentaria . Ellos eran principlamente agricultores que cultvaron trigo, de ahí su nombre, isla del trigo. Hoy esta mágica isla se llama Formentera y lo que aquí relato es tan solo, un cuento o quizá no…
Este cuento inspira una receta con sabores intensos: TIROLESAS DE MANZANA
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Precioso, Eli !enternecedor!