Autora: Marisa Ventura
Toledo
Después de haber estado muchos años cerrado llegó el día en que unas manos suaves abrieron sus páginas.
Una especie de estilete comenzó a deslizarse hábilmente sobre su piel dejando rasgos de espesa tinta negra sobre su lechosa superficie. Al principio se asustó, pero después lo invadió un placer inmenso al sentir lo que los trazos danzando sobre él le provocaban. Unos y otros trajinaban uniéndose entre sí, tocándose y separándose alternativamente. ¡Unas veces más arriba, otras más abajo; más gruesos o más finos…! pero todos, todos, tan placenteros, delicados y refinados.
La incógnita que se encerraba en cada trazado suelto, iba cobrando sentido a medida que se unían. Las ideas bullían dentro de la cabeza y hacían que el estilete, incansable, delineara una y otra vez, y otra y otra….
Algunas veces, cuando ya la noche lo había cubierto todo con su nebulosa oscuridad, la mano iba y venía veloz dejando su exquisita huella negra grabada para siempre, pero cuando los ojos se tornaban obscuros y se humedecían cansados, ¡entonces tenía que parar! Aquellas manos fatigadas retiraban de su rostro las pequeñas lentes, que quedaban estancas descansando sobre el papel. Los ojos dormitaban unos instantes contemplando la luna a través del cristal de la ventana, que aumentaba orgullosa su tamaño extasiada del embelesamiento de él, plenamente convencida de que era su nívea belleza lo que le hacía abstraerse así.
¡Pobre Luna! solitaria como estaba siempre allá arriba, en aquella oscuridad profunda, se sentía tan plena de despertar ese afecto en aquel desconocido de manos elegantes y ojos misteriosos vencidos por el sueño, que llenaba su albo semblante de una luz intensísima, tanto, que lo iluminaba todo como si el sol se hubiera olvidado de ocultarse
¡Ah, que mágico es el amor siempre!
Ya descansado, el fabulista continuaba con su ir y venir describiendo historias asombrosas sobre oscuros crímenes, misteriosas desapariciones, encuentros amorosos, tristes desencuentros….…; la lista era inagotable y podía llegar a ser agotadora. Las fantasías no dejaban de agitarse allá adentro para después escapar hasta los dedos que peregrinaban entusiasmados e inquietos de un lado a otro, unas veces lentos otras raudo; a días huraños y a días afables; a veces lasos, enarbolados, enigmáticos, sublimes, abstractos,… ¡Siempre fantasiosos, pero nunca vanos!
Con cada trazo, un soplo de savia azabache acaricia las hojas diáfanas dotándolas de alma y corazón y haciéndolas inmortales, ¡hasta que acontece la última palabra, la del “Fin”! Sólo entonces el acto merece su justo nombre
¡¡ Libro, libro, libro!!
Y entre tanto, en desiguales lugares del cosmos, los leyentes aguardan expectantes y deseosos, a sabiendas de que esa historia, cualquiera que sea, hará de su mundo, aun durante un solo instante, un lugar mejor.
M.L. Ventura.
La receta que inspira esta historia: TARTA FLOR
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