VIDA DE ADIL
Autor: Antonio de la Fuente Arjona
“El que entra en la cocina nunca va a pasar hambre”
Así empieza una de las escenas de la obra, VIDA DE ADIL, que el pasado mes de diciembre estrenamos en el teatro Cuarta Pared de Madrid, basada en una vida real, un Adil real y todavía vivo.
Solo dos actores en escena. Dos Adiles. Adil joven y Adil adulto.
Adil adulto cocina, y mientras cocina, recuerda.
Adil joven, en el pasado, transita ese recuerdo. Lo muestra físicamente ante el espectador, de una manera a veces abstracta, conceptual, casi cercana a la danza.
No hay escenario. El público está situado alrededor de la acción, próximo a los actores, muy cerca de la cocina, tanto que mientras hablo, puedo mirarles a los ojos, conversar con ellos, preguntarles o confesarles mi inquietud, y hasta ver sus lágrimas arropando las mías. Pero no se sabe muy bien si me dirijo realmente a ellos, o charlo conmigo mismo y mis fantasmas. O con el Adil joven que sigue transitando el recuerdo, que continúa caminando, al que le toca vivir, revivir, lo que el adulto ya ha sufrido y ya conoce.
Durante la representación hay varios momentos en los que los dos Adiles se encuentran en ese caminar, en ese escenario. Y el cruce es tan brutal, tan escalofriante. Adil adulto, casi se está disculpando con el joven: siento todo lo que te tocará vivir todavía, todo lo que aún tendrás que caminar, sufrir, huir…
La obra está basada en la idea del tránsito, del camino, del destino, que tal como piensa el protagonista es algo irreversible, llega sin que tú lo esperes, sin que hayas hecho nada para que te alcance, para que te caiga de golpe, como si estuvieras marcado, definitivamente, sin escapatoria.
La familia de Adil es de procedencia armenia, pero él nació en Bagdad. En el Iraq anterior a las guerras, cuando Bagdad era una ciudad próspera y tranquila que nada envidiaba a cualquier capital europea. “¿Por qué iba a haber guerras?”, se pregunta y nos pregunta Adil. Y sin embargo…
Después de unos años de prosperidad en un Bagdad maravilloso, el destino le alcanzó, el destino que supuestamente le correspondía desde la huida de su abuelo, desde el éxodo del pueblo armenio escapando del genocidio perpetrado por los turcos.
Adil ha sobrevivido, a muchos compañeros y amigos que han caído, a familiares que han desaparecido, ha visto morir a niños, familias enteras, a lo largo de ese duro viaje, de ese encontronazo con la guerra, con la destrucción y la miseria, con el mal, con el destino negro, negro, negro, como él lo llama, negro como el petroleo que, supuestamente siendo fuente de riqueza, condena a los países donde brota como agua. Adil piensa, llega a la conclusión, que su supervivencia ha sido un castigo, su infierno en vida.
Adil cocina y recuerda y habla. Cocina FALAFEL, es la última comida que Adil prepara en su casa antes de mudarse, obligado a partir de nuevo. Cocina y no se sabe muy bien para quién, quizá para esa familia que ya no está, o para el público que asiste a su despedida, y que será con quien comparta finalmente su alimento, igual que comparte su historia.
El olor, el sonido de la fritura, invade el espacio, llega al espectador justo en el momento cálido en que se narra el encuentro con la familia después de años y años de no verse, de no saber unos de los otros, del temor que quizá estén muertos. El curry, el comino, el pimentón, el aceite de oliva caliente perfuman el aire.
Adil aprendió a cocinar de niño, viendo cómo lo hacía su madre. No le gusta demasiado la carne, prefiere la verdura, y por eso el falafel es uno de sus platos favoritos. Tampoco le agrada comer fuera de casa, dice que no se fía, que ya ha visto demasiado, solamente come lo que él hace, lo que sale de su mano, hecho en su casa. Le encanta cocinar para los demás. Es muy sociable, a pesar del daño (o precisamente por ello). Varias veces vino a vernos mientras estábamos ensayando y siempre se ofrecía a traernos comida. Él personalmente me enseñó cómo preparar su receta de falafel.
Cocinar sobre un escenario resulta bastante complejo. No solo por las estrictas normas de seguridad por parte del teatro, sino por la propia dinámica de la representación, donde cocinar no es un hecho aislado, forma parte de la acción y del ritmo dramático. Eso supone que todo esté pautado casi milimétricamente. Cuándo pico la cebolla, cuándo mezclo la masa con el huevo y la sal, cuándo pongo el aceite a calentar, cuándo empiezo a freír. Y que esa tarea a la vez parezca natural, sencilla y absolutamente real y cotidiana. Cocinar es algo secundario, casi simbólico, al servicio de la narración teatral.
Desde el principio de los ensayos el dilema sobre cómo enfrentarme a ese personaje vivo. Y al final, después de mucho meditar y probar distintos atajos, mucho hablar y compartir con el equipo dudas sobre si se trataba de ser Adil, de imitarle o no, llegué a la conclusión (también por cómo fue todo el proceso de ensayos, los hallazgos durante las improvisaciones, la lectura y escucha repetida de las palabras de Adil) que lo más interesante, que lo que me pedía el cuerpo, era acompañarle, simplemente, no tanto ponerme en sus zapatos, sino caminar con él. Respetuoso. Honesto. Humildemente. Así, durante toda la representación estoy a su lado, todavía escuchándole, guardo sus huellas, comparto su comida, cocino a su lado. Casi soy un reflejo, pero sin ser él, dejo que sus palabras y su vivencia generen ese destello en mí.
Adil mismo, el Adil real, tras asistir a nuestro primer ensayo general, me abrazó y muy emocionado comentó que éramos tres en escena, que él había estado ahí con nosotros, uno más. Se cierra el círculo. Somos tres y solo uno verdadero.
Reseña del autor: Antonio de la Fuente Arjona:
Fascinado desde siempre por las palabras y el lenguaje, este influye considerablemente en el tema y el estilo de muchas de sus obras publicadas: “Palabra de Caín” (novela), “El diálogo de la agonía” (teatro), “El ladrón de palabras” (teatro para niños), “Rocinante y Rucio conversan” (microteatro)… En 1992 la publicación de “El ladrón de palabras” sentará las bases de lo que se convertirá en una colección de libros de teatro para niños/as, donde el autor plantea, de manera práctica y divertida, una teoría ambiciosa y fantástica: el teatro como herramienta dentro del aula. Estos textos se han estrenado en España, Francia, Marruecos, Colombia, Venezuela, Guatemala… Con una formación casi autodidacta, desde 1981 trabaja fundamentalmente como actor profesional (teatro, cine y televisión), y ocasionalmente como director teatral y como autor.
Si os ha atrapado la manera de contar historias, de este trovador del siglo XXI, aquí puedes consultar su web: Antonio de la Fuente Arjona.
Si quieres conocer más sobre el espectáculo, en el que se basa esta historia y su maravillosa iniciativa, entra en: Vida de Adil.
No dejes de conocer la receta que ha inspirado esta historia: FALAFEL DE ADIL. Merece mucho la pena.
Gracias a ti Antonio por aceptar y, deseo de todo corazón, tenerte muy pronto de vuelta por estos fogones y estas historias. Un abrazo!
Mil gracias a Eli Bueno por su hospitalidad, por invitarme a participar en su sabroso proyecto. Bon appétit!