
Creo firmemente en el destino y pienso que todo sucede en su justo momento. El mío llegó con una jubilación y una mudanza a 600 km de mi querida ciudad natal, Madrid. No os voy a mentir. La decisión no la tomé yo. Cuando pensaba en cómo sería mi futuro, si es que llegué a hacerlo alguna vez, me imaginaba en mi Madrid, cerca de mis hijos, familia y amigos de toda la vida. Pero la vida, sabia y experta, sabe muy bien cuál es tu lugar y te conduce hacia caminos insospechados que tú nunca escogerías por elección propia.
Y así, una nueva vida se abría ante mí a orillas del Mediterráneo, “la casa de la playa” .
Para bien y para mal, he sufrido y disfrutado a “tres suegras” y un único marido. Como una tríada musical consta de tres notas específicas, esta familia singular estaba constituida por el matrimonio Manuel y Consuelo y las dos hermanas solteras de mi suegra, la tía Nica y la tía Nina. Ellos tuvieron un vínculo inquebrantable y permanecieron juntos toda la vida.
Eran perseguidores de sueños porque creían y luchaban para conseguirlos. La vida les dio y también les arrebató mucho, pero como las dos palmeras del jardín que custodian el Mediterráneo, resistieron anclados unos a otros como los eslabones de una cadena engarzando sueños. Fueron los artífices de adquirir y mantener inalterable este paraíso para que hoy, nosotros podamos tomar el relevo.
Por eso mi hogar es una casa con alma. Sus paredes conservan tatuado en sus entrañas las risas, el placer de la paz y la serenidad que conforman esa felicidad difícilmente lograda .
El verano con los abuelos era sinónimo de diversión y descanso. La familia venía a descargar el estrés acumulado durante todo un año , a impregnarse de sol, brisa marina y tranquilidad, a reír, pasear, escuchar buena música y dormir sin preocupaciones. Los niños eran felices y los adultos se contagiaban de su alegría. Esta casa se ha alimentado de todas estas emociones.
Tengo la certeza que estas viejas paredes tienen solera, guardan la energía de sus moradores pasados y continuará haciéndolo con los presentes y futuros, como un frasco infinitamente pequeño que atesora el perfume más exclusivo.

Y así comenzó mi nueva andadura y con ella, el sueño que siempre me había acompañado. Llegó la inspiración que cambió mi percepción de la vida.
Hasta ahora toda mi energía se había centrado en sufrir y disfrutar las vidas de mis seres más queridos. Por primera vez tenía que encontrar mi propio centro. Y como un niño reconoce detrás de cada palabra, su significado, convirtiéndose en un ávido lector, yo vi claramente una motivación extraordinaria que siempre tuve al alcance de mi mano. Descubrí que esa válvula de escape que me había acompañando a lo largo de mi vida, realmente era mi pasión, bueno, realmente eran dos.
Desde muy niña he escrito sobre cualquier cosa que despertara mis sentidos y cocinar en mis fogones, siempre fue una rutina donde me resguardaba de un mundo que a veces se me hacía demasiado complicado y devastador . Dice el refranero que “más vale tarde que nunca”.


Y como un puzzle, enlacé mi pasado con mi presente. Todo confluía en una infancia maravillosa.
Aromas a los fogones de mi abuela Paca, siempre inventando alguna nueva receta, incorporando distintos ingredientes. Y yo de “compinche”, como un perrito pegado a su delantal. La tía Toñi, anclada a su máquina de coser, tejió muchos de mis sueños. Ella diseñó y confeccionó los vestidos que marcaron instantes cruciales en mi vida; mi bautizo, mi traje de comunión, mi vestido de novia y continuó con la siguiente generación, confeccionando un precioso vestido de comunión para mi hija Sandra. Toda mi infancia gira alrededor de sus recuerdos, pero por encima de cualquier emoción, está ELLA, mi madre, mágica, amorosa, cálida, única. Todavía hoy respiro su aroma puro y fresco, como un pan recién horneado. Me resuena en el alma su risa cantarina y esas melodías que salían de su garganta privilegiada. No recuerdo que nunca se enfadara conmigo y razones tuvo, pero solo sabía querer sin medida. Emilia, Emi, la tata, mamá…, ella impregnaba todo lo que tocaba de calor de hogar. Su forma de abrazar y de sonreír era muy adictiva y quizá, por esa manera tan exclusiva de compartir, no te apetecía alejarte de su vera.
Historias entre Fogones es el resultado de las emociones que han marcado mis rutinas y me han convertido en la mujer que soy. Mi infancia con mis mujeres mágicas y las que aparecieron después, en mi vida adulta.
Ellas ya no están, no pueden leer este blog. Así que, esta entrada es un homenaje a mis mujeres generosas y valientes que me enseñaron lo que no se aprende en ninguna escuela. La alegría de dar sin recibir nada a cambio, esa forma especial de querer y el esfuerzo infranqueable de quien esconde tristezas tras una eterna sonrisa.
Os estaré eternamente agradecida y sabed, allá donde estéis, que sois responsables de mi metamorfosis y cada rincón de este lugar está impregnado de vuestra presencia.
Todo mi pasado y mi presente confluyen aquí, entre aromas de hogar y emociones escritas.


La receta que acompaña esta entrada llena de brisa marina y aroma a hogar no podía ser otra: GAZPACHO DE CASA.






