CLIC


Autora: M.L. Ventura

Todos los que pasan por la calle miran curiosos el muro que rodea el hospital psiquiátrico, cómo si a través de la gruesa capa de hormigón pudiera vislumbrarse algo más que no sea esa masa gris oscura.

Desde que vivo en esta parte de la ciudad, ya va para tres años, yo misma curioseo sobremuro desde mi ventana, aunque escasamente alcanzo a ver un par de bancos y las copas de los árboles, mi inquisidora curiosidad de escritora me lleva a pensar en lo qué rumiarán los viandantes que caminan por allí. ¿Se imaginarán a sí mismos allí dentro?, ¿Y en el chispear de su imaginación, se compadecerán de quienes hayan ido a parar a aquel lugar, marcados de por vida por el mundo “reglamentario”?

Es un lugar muy frecuentado de peatones y a mí me da para mucho mirar por la ventana y ver la interferencia que provoca en algunos y la indiferencia que les causa a otros.

muro con ventanas

El edificio hospitalario también mira a los transeúntes, se asoma tranquilo y majestuoso por encima de los árboles, totalmente ajeno a las emociones que despierta.

separador vintage

Cada mañana antes de sentarme a escribir, como costumbre tomo un caldo de verduras mientras miro por la ventana, y casi desde el primer día, como una rutina más, espero la llegada de “Joya”.

“Joya” es como yo le llamo a una mujer delgada, de estatura media y algo despeinada, que despertó mi curiosidad inmediatamente por su deambular grácil y su cotidiana presencia en el psiquiátrico.

No falta a la cita ningún día a la misma hora, ya sea lunes, viernes o domingo, es seguro que aparecerá su figura esbelta y breve.

Juego a adivinar no solo sobre su vida, sino también su edad que es un enigma para mí porque su rostro no se corresponde con su cuerpo, hasta utilizo los prismáticos para mirarla desde cerca, pero nada, me ha resultado imposible.

Deduzco que habrá sido muy bonita, eso me parece indudable porque aún lo es, pero le falta luz a su rostro ajado y surcado de arrugas, que a mí me parecen prematuras, pues se ve apagado, como asfixiado, carente de la luz que emanan los ojos cuando se vive feliz; sin embargo, su porte firme de apariencia joven y su caminar decidido y ágil le dan un aire fresco a su figura que yo quisiera para mí. Son pura contradicción su rostro y su cuerpo, porque uno le delata una edad y otro le aparenta otra. ¡Qué paradoja de mujer!

“Joya”, llega resuelta con su bolso colgado del hombro, se acerca hasta la puerta de rejas, se detiene, toca el timbre y atisba curiosa intramuros, después se sienta en el banco que está junto a la puerta y espera con la mirada perdida en la reja hasta que sale el enfermero, entonces se levanta, cruza unas palabras con él y le entrega un sobre con sumo cuidado, a continuación se aleja lentamente, pero mil veces vuelve la cabeza hasta que pierde de vista la reja. Entonces cambia de acera y desaparece rauda entre los coches aparcados en la calle.

puerta entrada hierro y piedra

Es un rito diario, constante e invariable.

Un día, ya hace tiempo, la seguí. Cuando había cumplido rutinariamente su quehacer llegó hasta el gran parque que hay frente al hospital, se acercó hasta el lago y se dedicó a esparcir migas de pan a su alrededor, cerca del recinto de los patos.

En un momento estaba rodeada de palomas, pajarillos, ánades…. Con el sol de fondo filtrándose entre los sauces llorones del parque e iluminando la escena, más parecía una pintura que una imagen real. No pude resistirme al momento y le hice una foto con la cámara de mi teléfono móvil; al “clic” se rompió la magia. Ella se volvió sorprendida y los animales huyeron batiendo sus alas.

Extrañada me miró insistentemente con una interrogación en los ojos.

Me acerqué despacio y ella retrocedió un paso.

– ¡Hola! – le dije con suavidad, pero no me contestó, solo movió una mano levemente y se volvió para seguir esparciendo migas.

– ¡Hola! – dije de nuevo- si quiere, le doy una copia – añadí señalando el teléfono que permanecía en mi mano-

Ella no contestó, terminó de esparcir las migas, sacudió sus manos y colgando de nuevo su bolso lacio al hombro, se marchó.

Me quedé algo turbada y mirando su marcha ligera.

– ¡No he querido molestarla! – grité mientras se alejaba-, pero ella siguió su camino sin volverse siquiera.

Después de aquello la seguí observando cada día, hasta que una mañana, decidida salí de casa y me acerqué a ella con la fotografía revelada en papel. La sorprendí por la espalda, tomé su mano y la puse entre sus dedos.

– ¡Es para Usted!-, le dije, y haciendo una pausa añadí mientras señalaba con el índice hacia la puerta de mi casa:

-¡Vivo ahí enfrente!

Miró la foto y algo confusa me miró a mí. La dejé allí cumpliendo su rutina diaria y regresé a casa.

Ese día cuando marchó, al volverse también buscó mi casa con sus ojos.

silueta mujer sentada en  banco

Desde entonces nos miramos todos los días y es que, algo despertó entre nosotras, un afecto inédito o cómplice o no se…., pero que me pone en el rostro una sonrisa de alegría por este apego que surgió apenas sin palabras.

Hoy “Joya” trae un aire diferente. De su mano cuelga una bolsa protectora de trajes. Rápidamente me pongo los prismáticos en los ojos y atisbo hacia ella intentando adivinar lo que trae en su interior, pero sólo alcanzo a ver alguna prenda de tono azulado.

Su rostro también es distinto, tiene un no sé qué…..; y su caminar es como más pausado.

¡Algo ha cambiado!

Me busca con los ojos y me saluda con el leve gesto de su mano.

Cuando se abre la reja el enfermero se retira para que ella pase. Allí mismo se detienen hablando unos segundos y ella le entrega la bolsa.

Hoy no hay sobre, ¡otra seña discordante!

Mi curiosidad, en plena ebullición, me provoca hasta hacerme salir de casa. Tomo la cámara y rápido me acerco hasta la reja. La descubro sentada en uno de los bancos bajo los árboles. Cuando nota mi presencia se vuelve y me sonríe. Me asombra la luz de sus ojos y la blancura de sus dientes. Le devuelvo la sonrisa.

En unos instantes, el enfermero reaparece camino abajo, viene cargado con un álbum de fotografías a punto de reventar. Una risueña figura femenina le acompaña.

Las dos mujeres se miran durante unos segundos y se abrazan fuerte durante mucho rato.

Sin decir palabra, “Joya” se desprende del abrazo y suavemente le cierra a ella los botones de la chaqueta azulada, que le viene un poco grande. Sin más, le pasa el brazo por los hombros y sonriendo me mira.

Sin palabras lo entiendo todo allí mismo. Aquella mujer a base de ternura, recuerdos plasmados en papel y de infinita e inquebrantable perseverancia, ha recuperado por entero a su ser amado.

Inmediatamente tomo mi cámara y plasmo el momento. Las dos sonríen francamente.

Como colofón el “clic” del disparo me ha unido definitivamente a alguien de quien todo lo ignoro, excepto su hermosa humanidad.

Por cierto, su nombre será lo primero que le pregunte.

M.L.Ventura.

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La receta que acompaña a esta historia: CALDO DE VERDURA

caldo de verdura
pluma y frase marisa ventura


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