I
Mi vida es mía y de nadie más.
Me dejo sentir. Sonrío desde las entrañas y lloro cuando lo necesita mi alma.
Lo más doloroso de este camino ha sido reconocerme por lo que soy y no por lo que los demás quieren que sea.
La pérdida, el fracaso son parte de mi indecisión, pero también las alegrías y los recuerdos que llenan mis pensamientos de felicidad. Me niego a continuar sin arrastrar mis elecciones, buenas y malas. Quizá pesen demasiado…
II
Pero soy un río que discurre sin control, inundando allí por donde pasa.
Fluyo sin cesar, en un ir continuo, a pesar de mi constante resistencia.
Estoy condenada a nadar en estas aguas, siempre hacia delante. Y, en el camino, abandono cada una de las frustraciones que me obligaban a permanecer anclada al mismo valle.
Inconscientemente, elijo continuar mi cauce. Al son que marca el curso del río, unas veces seré torrente y otras arroyo.
Aprendo que nada permanece y confío en el discurrir del tiempo. La perfección de este universo es su renovación. Y yo, como parte de este resurgimiento, soy cambio en constante movimiento.
A lo largo de mi vida, todo mi ser se regenera.
Aquellos órganos que trabajan sin cesar, son los primeros que mueren para renacer de nuevo.
Una ecuación se resuelve operando todas sus partes; las positivas y las negativas. Errores y aciertos concatenados en un resultado cuasi perfecto.
Y mi felicidad es parte de esta renovación, algo tan simple y complejo como la lucha por SER yo misma.
Soy todos los Sentimientos que me acompañan pero no me atan.
Soy la Esperanza en la que confío y que me guía.
Soy la Regeneración que produce el cambio y activa mi inspiración.
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III
Ahora dejo atrás las riberas que encuentro en mi camino. Saludo y digo adiós, satisfecha de lo que allí aprendí, agradecida por lo vivido y esperanzada por lo que encontraré en el próximo recodo.
Me ha costado toda una vida, pero al fin sonrío desde mis adentros, escucho la risa del alma, el pálpito de mi corazón. Sístoles y diástoles que bombean mi corazón hacia lo inesperado.
Cada nuevo día descubro los insignificantes milagros que cambian la percepción de las pequeñas cosas. Son las migas de pan que me señalan el camino con pasos tranquilos. Sin pausa pero sin prisa.
Y así, llegará el momento en el que sienta en estas mismas aguas, un intenso sabor a salitre, advirtiéndome la cercanía del mar. Entonces, saludaré agradecida al espacio azul infinito y recibiré con fe y optimismo toda la singularidad que esconden sus mareas.
Sentiré que nunca he nacido para morir sino que durante la travesía, aprendí a bucear en las aguas inmensas, a reconocer su brisa marina y su sabor a sal. Comenzar una nueva aventura formando parte de su infinitud y de su grandeza.
Pero hasta que llegue ese instante, hoy comprendo al fin, porqué es mucho más doloroso resistirse que dejarse fluir…
Esta entrada me ha inspirado una receta muy marinera: CABALLA AL HORNO
Pero cada gota de agua que recorre un río, la que se une a otras para formar un cauce, esa no volverá a pasar por donde un día pasó. Seguirá y formará, impersonal, la parte de un todo. Y es el todo el que se vuelve fuerte, poderoso, invencible. La pobreza de lo unipersonal combinada con la riqueza de la unión.