Relato: Ese Lugar Intransferible.
Sintió un frío invernal aquella calurosa noche de agosto. Recordó su pozo, profundo y oscuro. Aquel reducto, hastiado del silencio más absoluto, conformaba sus días y sus noches. Era su impenetrable rincón que, sumergido en la indigencia, tan sólo podía recordar el dolor que produce la pérdida.
Inconscientemente, miró la fotografía que arrugaba entre sus llorosas manos. Observaba, a miles de kilómetros de distancia, el cambio de su sonrisa, abierta, espontánea como siempre, y al mismo tiempo, diferente, impregnada de madurez.
Sus ojos hablaban con esa intuición femenina que siempre le caracterizó. Esa mirada siempre expresó con más claridad que mil frases. Los pequeños remolinos de su flequillo, sinuosos, caían sobre sus sienes, mecidos por el vaivén del viento, entretenidos en cautivar. Su cuello alargado, como queriendo traspasar el horizonte, quería más. Saltar más lejos. Saltar más alto y atrapar los sueños que maduraban dentro de sus historias.
La sinceridad, la lealtad y la necesidad de expresar todo y nada, es un nítido rayo de luz que puede alumbrar la opacidad. Y ese pequeño haz, crece lento, pero constante, hasta que otro rayo se cruza en su camino. En ese instante, empatiza con la soledad que allí impera y decide quedarse para cambiar aquel rincón inerme. Y como perdiéndose en un cielo estrellado, acaricia los sueños dormidos.
Se había ido, pero siempre permanecería.
Apretando la fotografía, comprendió que así nacen los verdaderos refugios, los que se comparten para siempre. El lugar donde sentirse seguro. El espacio donde se conforma el verdadero sentido de la vida.
Esa clase de hogar que calienta el alma a través de una sonrisa. Que encuentra la calma cobijándose en esa mirada que tan sólo sus moradores comprenden. Capaz de emocionar a través de su recuerdo.
Sus melodías eran el lugar atemporal para guarecerse de la realidad. No había un principio, ni tampoco un final. No existían llaves que cerraran estancias y comprimieran ilusiones. Sólo el bastión donde entrelazar corazones y almas. Donde experimentar ternura y armonía, pasión y esperanza, imaginación y desenfreno.
Había encontrado su morada, por fin.
La salvación que produce la libertad. El refugio que se guarda en un bolsillo, bien cerquita del corazón y te acompaña allá donde vayas.
Entonces se sintió más cerca de ella que nunca. Al fondo del papel, las olas ondeaban en el océano Atlántico y una estrella fugaz se fijaba, como eterna, en el infinito azul nocturno. Sintió, en ese instante, que estaba en casa. El aroma a mar recién pescado y a fogones que, a fuego lento, calentaban sus sueños.
Por fin, le hizo el regalo más grande, el milagro de enlazar sus corazones y respirar esas entrañas que siempre compartirían. Todos esos intangibles que, nada ni nadie, les podrían arrebatar.
Ahora sabía que las dos, entrelazarían aquellas vidas, latentes y pasionales, porque habían encontrado su infinito, tan personal como intransferible.
“Dedicado a los que siempre permanecerán. Estén donde estén, vayan donde vayan”.
La receta que inspira esta historia: BACALAO CON TOMATE