Más que recetas
Al igual que en mis historias, no puedo recordar la primera vez que pisé una cocina.
Pero lo que sí recuerdo es que, aquel lugar de la casa era el centro de operaciones de mi madre, mi abuela y mi tía. Yo escuchaba sus risas y olía esos aromas a especias, cebolla pochada y hierbabuena que me hacían la boca agua. Para mí, aquellas mujeres eran como sacerdotisas en su templo y yo me moría por formar parte de ese mundo de risas, charlas, olores y gustos.
La Historia de mis Fogones
Desde muy niña, me colaba en la cocina y compartía con ellas, recetas y confesiones de chicas, como ellas me decían.
Al principio «la pequeña» era el mozo de los recados, de acá para allá, de la cocina a la despensa buscando o pesando ingredientes y leyendo recetas con mi media lengua.
Después me permitieron coger los cuchillos y las cacerolas y comencé a amasar y a pochar.
Acompañaba a mi madre a la compra y aprendí que cada ingrediente y producto se lleva a casa por una razón, con una finalidad. Me ensañaron a apreciar los colores y las formas, a identificar si una verdura es fresca o una fruta está en su punto perfecto de maduración. Supe que con una despensa provista de buenos productos, se puede improvisar un pescado o una carne exquisita. Ellas me enseñaron lo más importante de sus fogones, cocinar desde el amor más profundo a los tuyos, recetas personales e intransferibles con productos frescos y manos amorosas que todo lo pueden.
Mis raices
Las tristezas eran más llevaderas entre los fogones y las alegrías se multiplicaban por tres. Llegó mi momento, me convertí en madre y quise transmitir todo aquel ritual, de aromas y recetas. Entonces comprendí lo difícil que es enseñar lo esencial de la vida, con responsabilidad y sin perderse entre las rutinas y la presión diaria.
Nuestras raíces son el más preciado regalo que podemos dejar a nuestros hijos y si lo piensas, comprobarás que, detrás de cada receta familiar, hay una historia única que compartir.
La cocina es un ritual.
Y para la inmensa mayoría de mujeres y hombres que cocinamos de puertas para adentro de nuestros hogares, creo que nuestras recetas llevan algo inconfundible.
Lo que yo llamo, «La Triple I»; Ilusión – Inspiración – Improvisación.
Es decir, nuestro sello personal.
Nos motiva la ilusión de alimentar las bocas de los que más nos importan.
Y ya se sabe que, un estómago satisfecho, es una mente despierta y un espíritu lleno de energía positiva.
Para conseguirlo, casi siempre improvisamos. Añadimos o eliminamos ingredientes, cambiamos el aroma de una salsa. Cualquier aportación es aceptable, para adaptar esa receta tradicional al gusto de la familia. Y en esta transformación, hemos convertido el plato, en exclusivamente nuestro. La receta ya no será una lasaña, será la lasaña de la abuela o las galletas de mamá.
Seguro te va a sorprender las historias que acompañan a cada una de estas recetas. Busca por categorías, recetas saladas o dulces. También puedes encontrar algo más concreto a través de las etiquetas: postres, salsas, pasta…
Todo fácil de elaborar y también de encontrar.
No pierdas el rumbo y atesora todos los intangibles que puedas; recuerdos, sonrisas, abrazos, cariños, historias que contar y recetas que disfrutar y no te lo guardes para tí. Saborea tu mayor triunfo y regala felicidad por puro amor, sin esperar nada a cambio.
Espero que disfrutes mucho y mis recetas te motiven para cocinar en tus fogones.