Hubo una vez una vida rebosante de imaginación.
Había una vez una vida llena de soledades.
Y el destino, queriendo que se encontraran.
Y así fue como dos miradas se contemplaron y dos almas se descubrieron.
Esas dos vidas se alimentaron la una de la otra, como los hijos que engendraron o como el amor que cultivaron.
Un par de átomos llenos de energía, manteniendo las distancias; atracción, reacción. Ahora voy y después vengo, así, hasta conformar un patrón único, como la materia de la que está hecha este universo.
Y como parte de la naturaleza, esos polos opuestos, siempre pegados, despertaron una primera mañana, uno al lado del otro y al siguiente amanecer ya había caminado su primera década juntos.
Ellos se repelían, ellos se atraían, ellos eran un círculo de emociones y sensibilidades. Aunque no lo sabían, eran tan perfectamente imperfectos, que bastante tenían con reconocerse. Casi siempre juntos que no revueltos, o puede que más revueltos que juntos, el caso es que se amaban con esa manera suya de sencilla imperfección que les unía en una sintonía difícil de expresar.
Sus vidas experimentaban a la par. Primero siendo dos, después uno más se unió a la aventura y de tres se convirtieron en cuatro, hasta que cinco fue el número perfecto que cerró el círculo.
Y llegó la segunda década de risas y aromas, de voces alegres y de lágrimas tristes, de difíciles momentos y de veladas románticas. Dos vidas chocando hasta encontrarse, queriéndose hasta odiarse, dudando hasta comprenderse. Entre emociones encontradas siguieron caminando hacia la tercera década donde volvieron a ser dos sin dejar de ser cinco.
Hoy brillan más que nunca porque aceptan por fin el valor de su compañía.
Aquellas dos vidas comprenden que lo que el destino unió es perecedero y que lo único perdurable en este tiempo es el valor que han dado a sus instantes y la fuerza con la que han construido su mundo.
Hoy comienzan a caminar hacia su siguiente década y lo hacen sin prisas, pero sin pausas, observando el mar azul cada mañana en esta orilla del Mediterráneo.
Y sus ojos todavía se iluminan cada vez que se encuentran.
Ellos poseen la paz que les confiere estar donde deben, vivir con quien aman.
Por fin han comprendido que, desde esa primera vez, nunca fueron dos. Siempre han sido uno.
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Un recorrido por la vida en común, el ying y el yang ¡ el todo incluído! ¡ Tal cual! 👏👏👏👏