LA MUCHACHA Y LA GATA

Autora: Marisa Ventura


El sol ha sacado brillo a su cabello obscuro, que le pone destellos luminosos a su lindo rostro de muchachita.

Sus grandes ojos marrones rasgados, húmedos por la emoción, centellean resplandecientes de felicidad.

¡Por fin, por fin!; ¡por fin tiene entre sus manos a la gatita!

Llevaba tanto tiempo deseando poseer una, jugar con ella, cuidarla…

¡Y sus padres habían sido siempre tan reacios a tener animales en casa!:

“No está bien que vivan los animales en estos edificios, no es bueno para ellos porque no se desarrollan y nosotros tampoco. Vivir con un animal tiene sus inconvenientes y algunos de ellos no son nada agradables. ¿Quién limpiará su cajón de las cacas? ¿Quién recogerá sus pelos? ¿Cómo evitaremos que moleste a los vecinos?… Además es muy duro encariñarse con un animal que en cualquier momento puede desaparecer de tu vida, ¡muy duro!”

Ella, apasionada como es, contesta que todo lo comprende y que desde ese mismo momento se hace la máxima responsable.

¡Hala! Y lo suelta así, como si realmente supiera hasta qué punto le comprometen esas palabras.

¿Dónde lo habrá oído?- piensa madre mientras ella sigue con su arenga de convenientes y ventajas.

– “Varias amigas tienen animales en casa y no es tan grave la cosa, al contrario, son muy felices con sus mascotas” -argumenta la muchacha con firmeza-.

No piensan lo mismo sus madres – replica madre en un intento frustrado de malograr su empeño.

¡Pues sí! – refuta ella- porque desde que tienen mascotas ya no entran bichitos en sus casas, ni moscas siquiera.

Aquello acaba de convencer a madre que la mira pensativa y bien adentro de sus ojos ¡hasta donde le nace la súplica!

Y cuando lo deja, ya sabe que ha perdido la batalla. Solo por ver la felicidad que asoma en su rostro bonito, cuando por fin le consienten,
casi le merece la pena.

Allí, en la misma puerta de casa, subidos en la acera gris que separa al peatón de los autos, mira como embobada al pequeño animalito, que le cabe a padre entero en una sola de sus manos.


gatito pata canela

La muchachita ya la adora.

¿Cómo la llamaremos? – pregunta excitada mirando a madre.

“Canela” -dice ésta de inmediato y añade, – fíjate en el color de su pelo, es casi ámbar.

-“Canela, Canelita, eres la más preciosa de las gatitas”- dice la muchacha acariciando despacio su pequeña cabecita felina.

¡Ya le ha hecho un pareado!– piensa madre mientras se dice a sí misma que eso es amor a primera vista

La gata ha cumplido un año y la muchachita quiere celebrarlo. Con sus escasos ahorros le ha comprado una lata de hígado de bacalao, una correa azul con un collar de estrellitas y una vela del número uno, de color verde porque dice que es “el tono que mejor le va a su pelusa ambarina”.

La gata ha crecido acurrucándose cada noche en la cama de la muchacha, frotándose mimosa entre sus piernas, esperando impaciente cada día su vuelta del colegio y saltando como volatinero saltimbanqui cuando la niña entra por la puerta.

niña con gata

El animal obedece su llamada cual perrillo faldero:

“Canela, Canelita, ven aquí “– le dice la niña y la gata corre a su encuentro y se yergue sobre sus patas traseras reclamándole caricias. Todos se sorprenden de esa obediencia y ese acatamiento, tan pronto y viniendo de un felino.

La muchachita cumple escrupulosamente con su bebé gatuno, su instinto maternal aflora suavemente por todos los poros de su piel. Y así, muchacha y gata se hacen felices mutuamente.


En todas las historias felices hay un “pero”.

Ésta no iba a ser menos.

Mientras ha crecido, la gata ha mordido las plantas que madre tiene agrupadas en la terraza y ha roto algunas macetas; se ha limado las garras en las patas de las sillas y ha afilado sus colmillos en la tapicería nueva; ha rasgado las cortinas intentando atrapar una mosca que, ignorante del “monstruillo” que allí habita, se ha colado por la ventana….

huellas gatos

Ignora madre que vomitó sobre el libro que tenía aparcado encima de la butaca de leer, porque la muchachita limpió enseguida la tapa plastificada; tampoco sabe que la toalla que no aparece estará rodando en algún vertedero, bien impregnada de sus hormonas de gata; o que cuando el árbol de navidad rodó con todos los adornos por el suelo no fue porque padre lo sujetara escasamente a la peana.

¿O sí lo sabeeee todoooo madreeeee?

Desde hace unas semanas el instinto de la muchachita le ha estado avisando de que madre está maquinando algo. Bueno, el instinto y las miradas que lanza a “Canelita” cuando descubre una rasgadura nueva en las cortinas o encuentra los irreparables desgarros en las hojas de alguno de sus amados libros.

A veces a madre le salen chispazos por los ojos, aunque se le extinguen despacio cuando se topa de pronto con los de la niña, que la miran entre preñados de recelo y solicitantes de disculpas.

cenefas corazones

Una mañana la muchacha encuentra a “Canela” mordisqueando el nenúfar que padre regaló a madre por su aniversario. La gatita mordisquea obstinada sus hojas y bebe de su agua y la chiquilla la riñe porque sabe del especial afecto que madre le tiene a esa planta, que a su entender representa la longevidad de su relación con padre. ¡A veces madre resulta un poco incoherente con sus fantasías y extravagancias, pero si alguien se lo dice ahí está padre presto a defenderla diciendo que todos tenemos manías!

Mas la regañina se vuelve parrafada machacona que de nada ha de servir, pues una y otra vez la niña la descubre in-fraganti lacerando hojas y arañando raíces. Sagaz como es, la gata ni siquiera la mira cuando le suelta la reprimenda, se limita a escabullirse y corre a esconderse bajo la cama. La criatura arregla como puede el desaguisado floral que delata su fechoría, pero a desmoche por día antes o después se había de notar. ¡Y se notó!

Madre empezó a deducir sobre el porqué se pierden las flores y las hojas, o porqué hay fragmentos de raíces flotando en el agua ¡Menuda es madre, no parará hasta dar con la causa del problema!

cara gatito dormido sobre escritorio

Suspicaz se aposta tras la cortina del pasillo y espera pacientemente hasta que aparece la salteadora. Como cada día la gatita llega cautelosa y moviendo insinuante su cola retozona, se sube a la mesa y asoma su rosada naricilla a la vasija cristalina donde subsiste la cercenada planta. Plumero en mano madre se lanza al ataque al grito de: “¡lo sabía, lo sabía, lo sabía!”

Sobresaltada por los gritos “Canela” vuela pasillo adelante hasta topar con la cerrada puerta de entrada a la casa y, bruscamente cual boomerang, gira derrapando sobre el suelo de madera colándose entre las piernas de madre, mientras esquiva el proyectil en el que se ha convertido el plumero.

Pero eso no es todo, sobresaltada y sorprendida por los gritos y atemorizada por el semblante fiero que la persigue, va a esconderse al cuarto de la plancha pretendiendo ocultarse en el cesto de mimbre, donde madre ha colocado toda la ropa planchada esa misma mañana y allí mismo, entre las níveas sábanas y las inmaculadas camisetas, vomita una especie de jugo verdoso que le da a la blanca colada tal aire surrealista, que ya lo quisieran para sí algunos bocetos pictóricos plasmados con la técnica de la decalcomanía.

dibujo gatos familila

¡Pobre “Canelita”! A ninguno en casa se nos ocurrió pensar en porqué lo hacía. Todos fuimos tan ignorantes de reñirla sin molestarnos en saber la causa de su reincidencia. Otra víctima inocente de la inopia en la que militamos los petulantes seres humanos. Después hemos sabido que los gatos se purgan con las plantas a fin de limpiar su estómago de microbios, bolas de pelo y otros desechos. ¡Algo tarde lo aprendimos!

El nenúfar tan lindo que padre regaló a madre en su aniversario, murió. ¡Canela lo mató! así que madre lo dispuso todo para que el amigo de padre la aceptara en su huerta.

Ella se libró de las fechorías gatunas de Canela, pero a mí me partió el corazón.

gato dormido

La huerta del amigo de padre es un lugar hermoso.

Está lleno de árboles frutales, arbustos y flores de muchas especies que en primavera lo llenan todo de colores sublimes e intensos aromas. Un riachuelo cristalino que se pierde tras la alambrada le da un verdor especial a la hierba en primavera y se llena de renacuajos que nadan desesperadamente hasta que se convierten en ranas e inundan las tardes calurosas con su croar. Al otro lado hay una pequeña casa con chimenea y detrás, un huerto donde crecen hermosas calabazas, recios calabacines y purpúreas tomateras que amenazan con romperse cuando están colmadas de frutos; y por todas partes y merodeando a sus anchas, pájaros, perros, patos, gallinas y… gatos.

naranjo

Sin embargo durante el invierno a mí aquel lugar me parece ingrato, con ese camino embarrado por la lluvia y todos los árboles pelados. Por eso el día que tuve que dejar allí a Canela odié a madre.

Ella no fue capaz de entender lo que aquello suponía para mí. Canela era mi bebé, yo había cuidado de ella desde que tenía unos días de vida, había crecido a mi lado, había alimentado su pequeño cuerpecito hasta que supo comer por sí misma y le había limpiado las cacas e incluso la había sacado a pasear por el parque que había cerca de casa. Todo un año de roce diario había despertado en mí un sentimiento de amor por aquella gatita a la que agradecía cada día su presencia en mi vida. Intenté hacerle entender a madre que Canela era para mí lo que yo supondría para ella misma. Madre titubeó un poco cuando le dije aquello, pero solo le duró unos segundos, enseguida recobró su compostura y con firmeza se mantuvo inamovible en su decisión.

Padre vino conmigo a dejarla en la huerta y de camino fue diciéndome lo bien que estaría allí: “que nunca me olvidaría y que sería más feliz viviendo en plena naturaleza y rodeada de otros animales”

cocina cerámica y animales de granja

Pero yo era toda pena y ningunas de sus palabras me consolaban. Para mí aquello era el fin porque ya no la vería todos los días, otras personas estarían con ella, jugarían con ella, y ella acabaría por olvidarse de mí o algo mucho peor, le ocurriría algo horrible y la perdería para siempre.

Entristecida por el dolor que me supuso la separación, me sumergí de nuevo en la rutina diaria del colegio, las actividades extraescolares, los amigos…., pero ya no era la misma, algo había cambiado dentro de mí.

Comprendí que la vida, no era tan maravillosa como yo había creído hasta entonces. Presumí que en el futuro me encontraría con más acontecimientos contra los que no podría hacer nada y que como poco, sentiría el malestar de la impotencia o la desazón del desconsuelo y eso me entristecía de manera vaga y terrible, porque no podía imaginar qué clase de padecimientos me depararía la vida ni de qué forma podría yo resolverlos.

ilustración niña pelo largo

Madre comenzó a preocuparse cuando se percató de que estando en casa apenas salía de mi cuarto ni hablaba más de lo estrictamente necesario; o de que me costaba acabar las comidas y menos veces que más salía con mis amigas; el resto del tiempo lo pasaba durmiendo, echaba de menos a la gatita y me preguntaba por qué en otros hogares había gatos, perros, pájaros,… y todos seguían allí sin condiciones.

Contrariamente a lo que cabía esperar, cuando padre quiso llevarme a la huerta me negué. No me sentía con fuerzas para regresar otra vez a casa sin ella.

Sabía que madre estaba muy disgustada de verme así y en varias ocasiones quiso hablar conmigo de ello acercándose para abrazarme, pero mi mirada distante y mi gesto adusto la persuadían cada vez que volvía a intentarlo. Abatida enviaba a padre, que volvía cabizbajo y con una mueca afligida en el rostro.

Habían pasado casi tres meses cuando madre un día me hizo salir de compras con ella. Al volver al coche me dijo que debía pasar por la huerta.

Primero me negué, pero ella insistió en que le trastornaba tener que desviarse para dejarme a mí en casa, así que, aun refunfuñando, finalmente accedí.


La primavera comenzaba a asomar y en el aire se olía la vida.

Pequeños brotes emergían de las ramas ansiando abrirse a los primeros rayos de sol y los pajarillos trajinaban entre los árboles, dando a los nidos que albergarían los huevos los últimos retoques.

flores moradas en primavera

Aún contrariada como iba me daba cuenta de que todo alrededor irradiaba luz y eso me pedía una sonrisa, pero quería mortificar a madre y hacía lo imposible por mantener mi semblante serio, así que cuando ella me hablaba yo me limitaba a contestar con monosílabos y disimulaba girando la cara hacia la ventanilla del auto.

Cuando madre abrió la verja de acceso varios patos que correteaban por allí se apresuraron a alejarse.

Yo volvía el rostro a todas partes esperando ver a la gata por allí de un momento a otro. En un instante me quedé observando como bajo el seto que rodeaba el jardín se ocultaban las peludas patas de un gato de pelaje gris y blanco, que me miraba con sus fisgones ojos verdes ¡Pero no era Canela!

granja, verja en primavera

Madre me llamó para que la siguiera. Me sorprendió que ella misma fuera quien iba abriendo puertas y me fijé en que llevaba varias llaves enganchadas a un llavero que era una miniatura de una pecera rellena de un líquido azul, en el que flotaba un pequeñísimo pez de colores. Yo había visto ese llavero muy a menudo en casa, madre lo tenía colgado vacío en el cajetín que había en la entrada de la casa. Verlo ahora entre las llaves que abrían esas puertas puso en mi rostro un interrogante que a madre no le pasó desapercibido. Poniéndose un dedo en vertical sobre la nariz para indicarme que no hiciera ruido, me instó con un gesto de su mano a que la siguiera. Lentamente y con cuidado empujó una antigua puerta de madera que estaba dividida hacia la mitad. Yo ya había estado allí algunas veces con padre y sabía que aquel lugar se usaba para albergar las calabazas y calabacines que se recogían del huerto y que reposaban inmóviles sobre las viejas mantas confeccionadas con retales, e igualmente los higos, peras y tomates, colocados con esmero sobre las cajas para frutas. Ahora las cajas aparecían vacías y apiladas unas sobre otras y sobre la vieja manta de retales, mi gata Canela amamantaba a cuatro hermosas crías de gato, tres de los cuales eran tan rubios ambarinos como ella misma y el cuarto, gris y blanco, como el gato que vi bajo el seto de la entrada.

gatitos sobre paja

No sé cuál sería la expresión de mi cara porque cuando miré a madre, gruesas lágrimas surcaban su rostro y sus ojos brillaban como dos esplendorosos luceros. Nunca antes la había visto tan hermosa como en aquel momento en el que su rostro irradiaba la felicidad que sentía de recuperarme. Me acogió en sus brazos- de donde nunca debí huir- y me apretó tan fuerte que temí que me iba a aplastar contra ella mientras susurraba en mi oído: – “perdón, perdón y mil veces perdón”

Madre me contó que el amigo de padre había emigrado a su país de origen- era griego- y había dejado todo en poder de padre, que había sido su gran amigo desde el momento mismo en que llegó al país, hacía ya muchos, años.

Quizás regresara en unos años, o tal vez no, e iríamos nosotros a verle a él, pero mientras tanto aquella casa sería nuestra, podríamos ir allí cuantas veces quisiéramos, pasar allí los cálidos meses de verano o calentarnos al calor de la leña durante los días de crudo invierno; trabajar la tierra y recoger sus frutos o simplemente disfrutar del noble y limpio aire del campo. Cualquier cosa que hiciéramos sería genial porque en casa todos amábamos la naturaleza y a los animales.

Y tuve que reconocer que mis padres tenían razón, Canela era allí muy feliz y desde luego no me había olvidado porque cuando me acerqué a ella con toda la cautela que madre me aconsejó, me miró orgullosa, movió la cola y lamió mis manos con amor, como tantas veces antes había hecho.

M.L.Ventura

luna llena con silueta de gato y mariposas

Esta historia viene en compañía de una receta muy veraniega y hortelana: SALMOREJO DE MANGO

SALMOREJO DE MANGO

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3 respuestas a “LA MUCHACHA Y LA GATA”

  1. 😍😍

  2. Pilar Gonzalvez dice:

    Una historia tierna que me trae recuerdos de verano y mi niñez. Me encanta!!!

  3. Q bonito! Me encanta! Me se la historia ♥️

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