REUNIENDO MÁS QUE FUERZAS

Relato: 

En un mundo de luces,

                         soles espléndidos y abundantes lunas llenas , una madre  realiza las tareas diarias.

Esa mañana, mientras prepara un desayuno muy mediterráneo, en su cocina, llena de comodidades, está absorta compartiendo sus rutinas en las redes sociales, con su último modelo de iphone. Preocupada por si podrá, por fín, renovar su cocina de ensueño o cambiar las habitaciones de sus niños, sin sacrificar unos días de vacaciones en la playa, no escucha a los niños pelearse por  la consola.

Está muy estresada, tomando una importante decisión.  

Mientras, inconscientemente y con total naturalidad, vacía en su cubo de basura restos de la comida de sus tres hijos, pollo, arroz y verduras, fruta madura y lácteos que no cumplen la fecha de “consumir preferentemente…”.

 Poly, el perrito precioso de la familia, con un corte de pelo profesional, impecable para el verano, mira los despojos. Sus ojos golosos y su rabito juguetón, demandan su capricho, pero aquella mama, muy preocupada por el equilibrio de proteínas y calorías, estudiosa de los efectos de los colorantes y conservantes, prefiere tirar aquellos manjares,  por si el animal, que no tiene raciocinio, se empacha en demasía.

Con tantas cosas en la cabeza, no encuentra las llaves del todo terreno, van a llegar tarde al cole, otra vez. Es una locura, siempre con esa sensación de no llegar a ningún sitio.

Pero observa a Dani, el más pequeño, con amor y satisfacción. “Parece mentira, mi chiquitín cumple hoy  23 meses”.

Los ojos grandes de aquel bebé, transmiten seguridad y alegría. Feliz, juega con la leche del biberón,  observando, embebido, cómo el líquido blanco, sale  disparado hacia su trona, perfectamente asegurada para que no sufra ningún daño.

Aquel chiquitín  regordete, imita las palmas palmitas de sus hermanos mayores con las boquitas manchadas de chocolate y  de helado. En la basura, no se van a encontrar  restos de postre.

El peque vuelve a sonreír a su mami y el sonido de un eructo es la confirmación de un niño satisfecho y seguro. Todos ríen mientras mama se estresa y  grita:

“Ya está bien, guardar las tablets, que voy a llegar tarde a la oficina”.

A unos miles de kilómetros,  

                                 el mismo  mundo se cubre de  sombras bajo los brillantes soles y se llena de penumbras que tapan la espectacular  luna.

Sobre un cuarteado suelo rojizo, que antaño fue mar, hoy tierra árida y sedienta, se erige una diminuta vivienda de paja y tierra, donde una madre con sus tres hijos, sobrevive a otro día.

Aquella noche es más oscura que la anterior. Un noche más, un día menos.

Escucha la danza de roedores, moviéndose a su merced bajo el camastro que comparten sus tres hijos.

Ella, está sentada sobre un taburete, tiene la mirada perdida bajo la tenue luz del candil.  El  trozo de masa semicocinada que hay sobre la  superficie de piedra redonda y plana,  es la decisión más difícil que nunca ha tomado. Hay un pequeño agujero en el centro y un desapercibido rescoldo en el que, a duras penas, pudo  cocinar el bollo.  

Pero ya no tiene ingredientes de nada, era lo último.

Piensa qué opciones le quedan para continuar luchando. Mira a  sus dos  hijitos mayores. Ellos son toda su opción. Ellos necesitan llegar a ese lugar donde hay personas con recursos que pueden ayudarles.

Quizá no sea tarde. Quizá lo consigan.

Los niños, sentados sobre unas tablas a modo de banco y otra madera como mesa, tallan un pedazo de tronco seco . Moldean, concentrados, líneas y figuras para ocupar su mente y desoír sus estómagos vacíos en esa mesa sin vajilla, sin alimentos que cocinar, ni fuego que calentar.

Ella debe encontrar esa remota posibilidad. Mañana a más tardar. Se acaba el tiempo.

Observa cuál está menos desnutrido, cuál de ellos tendrá más probabilidades de conseguirlo. Alguna fuerza  para soportar otro día sin comida, cuál de ellos podrá acompañarla al pozo, a más de 20 km de allí y continuar hacia esa última oportunidad.  Pero está tan lejos, demasiado.

Su enjuto cuerpo se estremece. Parte el alimento en dos pequeños trozos que coloca sobre unas hojas duras y se las da a sus hijos. Y con el dolor extremo de la elección, aprieta sus pechos secos,  se acerca hasta el más indefenso y le acuna entre sus brazos.

Observa sus vidriosos ojos, grandes, que, a pesar del sufrimiento, conservan un destello de luz en los brazos de su madre, esperando sin fuerzas, que ocurra un milagro en los pezones agrietados.

El bebé siente el calor, el amor de su madre, se relaja chupando sin encontrar y se  adormece con la canción de cuna.

Ella, sin lágrimas y con una  pena más seca que sus pechos, siente  el silencioso latido de un pequeño corazón roto:

” Duerme mi Sami, precioso. Duerme, ángel mío y el dolor desparecerá. Sueña con risas y juegos, sueña con tu boca llena de leche, con sensaciones de amor y de esperanza, con sonajeros musicales y  con aguas cristalinas. Duerme, mi pequeño  y ya no llores más.”

Y bajo esta melodía de llanto, de impotencia y desesperanza,  aquel halo de vida se pierde entre sus brazos para no despertar.

Esa madre se acuesta con su pequeño  y  cierra los ojos aliviada, porque, su hijito, que hoy cumple 690 días, ya no pasará hambre.

Mañana comienza un nuevo día y aún existe una oportunidad para sus niños. Mientras hay vida, hay esperanza. Entonces mira a su pequeño dormido y le besa una última vez.

Aquí y ahora, 

                              en este mundo de luces y sombras, de envidias y avaricias, donde existe una ingente producción de recursos naturales,  reservas y tantos desperdicios de alimentos, que podrían alimentar al doble de la actual población mundial, niños como Sami, Abhula o  Arama y madres como Enmaría, forman parte de los mil millones de personas que tienen que enfrentarse cada día al monstruo espantoso de sobrevivir a  la hambruna.

Más de 5 millones de niños, menores de 5 años, padecen desnutrición y lloran cada noche de hambre.

Más de 3 millones de niños morirán antes de cumplir 400 días de vida  y  más de 5 millones de madres deben elegir  cuál de sus hijos  ya no tiene  fuerzas,  ni para llorar, pudiendo tan sólo, acunarle en su último aliento.

Trás este relato, es difícil compartir una receta, pero estoy aquí y necesito hacer ésto.

Necesito concienciarme de la importancia  de mis elecciones.

Tu y yo, tenemos opciones. Formamos parte de este mundo, el  de los soles brillantes y las lunas llenas.

Tu y yo, hemos tenido la suerte de nacer en esta orilla y, por eso, tenemos la obligación de reaccionar, de pensar en esa madre, en esos niños y hacer pequeñas acciones cada día  que ayuden y eduquen a  cambiar un mundo de hambre y muertes por otro más humano y justo.

Esta receta es sencilla, económica y no tiene desperdicios.

Hoy, trás cocinar este plato o cualquier otro, por favor, no tires comida, no gastes de más. Disfruta y saborea lo que tengas en tu mesa, da gracias a la vida y habla a los tuyos, grandes y pequeños, de esa otra orilla.

Cerdo Relleno

 

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4 respuestas a “REUNIENDO MÁS QUE FUERZAS”

  1. Así es Marisa. Vivimos en un mundo muy injusto.Gracias por tu comentario

  2. Triste y precioso. Los mundos paralelos y la suerte o la desgracia de nacer en uno A lugares o en otros .

  3. Gracias Kuki. Un abrazo enrome.

  4. Kuki Viola dice:

    Emotiva reflexión , gracias Eli .

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