A LA PRIMERA VIAJERA

Por si todavía no habéis llegado a este momento, nuestros hijos se hacen adultos y se van de casa. Son nuestros primeros viajeros.

Es un antes y un después en nuestras vidas. Y, con la convicción de que nunca más volverán a ser nuestros, sentimos con emoción, que aquel bebé, niño, adolescente se ha convertido en más adulto que tú y se marcha para manejar su libre albedrío.

 Volverá a nosotros, compartirá sus emociones, contará sus problemas, reiremos y lloraremos juntos, pero el vínculo que nos mantenía enlazados a una misma piel, se rompe en el momento que hacen su maleta para decorar su propia vida. Es duro y, al tiempo es emocionante, confirmar que son capaces y valientes. Nuestros primeros viajeros, abren el camino de los siguientes. Preparan nuestras actitudes y nos enseñan a crecer y vivir sin ellos.

Tenéis que saber que, después de sus habitaciones deshabitadas, hay una gran vida por compartir. Aún así, las emociones son tan desgarradoras como emocionantes y hoy las comparto con todos vosotros.

 

¡QUISIERA DECIRTE TANTAS COSAS!

Me gustaría llegar a lo más profundo de tu corazón para decirte que la vida pasa tan deprisa.

Ojalá entendieras que cada minuto vivido, ya no vuelve.

Si yo pudiera entrar en tu cabeza pensativa y borrar los pensamientos oscuros y, si tú fueras capaz de ver  a través de mis ojos.

Lo que siento cada vez que ríes, todo lo que trasmite tu mirada limpia y tan llena de fuerza.

Que no daría yo por acompañarte hasta lo más profundo de tu ser y enseñarte lo que yo veo.

Mi primera viajera, mi genio sin lámpara, mi trovadora de cuentos y danzarina incansable.

A pesar de tu vértigo, saltaste desde el pico más alto. Abriste los brazos y el alma, para tocar el cielo en caída libre.
Encontraste esa personalidad altiva y orgullosa, aunque sintieras un miedo atroz por  descubrirlo. Aprendiste a esconder a la mujer, solitaria y silenciosa, tras tu sonrisa.
Te llevas la  maleta llena de energía y de aventuras por vivir. En un rincón, has acomodado a los amigos y por si acaso, a la intuición. En la otra esquina, no has olvidado a la familia, ni tampoco  la impotencia, que te la llevas, como recuerdo. En el bolso de mano, para poder cogerlo en cualquier momento, custodias la valentía y la libertad, todavía envuelta con papel de regalo.

Cree en tu buena estrella y deja que las situaciones se produzcan, sin más. Así has llegado hasta aquí,  a este momento.  No busques en otros, lo que siempre ha estado dentro de tí.

Tienes una vida entera  para disfrutar y una manera propia de caminar.

Te has echado un nueva compañera de viaje; tu  soledad, propia e intransferible.  Paladea su sabor y aprende a masticar despacio, para que no te atragantes.

Y es que, el mundo es tan grande, como mucha, la gente que lo habita.

Tú siempre aprendiste  deprisa, camaleónica,  te adaptas, aquí o allá, en una habitación sin cerrojos y azoteas que otean cielos azules para descubrir un millón de nuevas mañanas.

Te siento como en aquellos “cumplemeses”, emitiendo conversaciones en forma de sonidos. Siento la misma alma, llena de imaginación, solo comprensible para mágicos privilegiados con los que te comunicabas con un teléfono, para todos de plástico, excepto para tí.

Hoy, te siento  en la distancia con los mismos ojos gigantes de entonces, abiertos como platos, abstraídos, que no distraídos, en charlas, con quién sabe quién. Mi primera viajera, mi bebé espabilado y feliz. 

Y es que las hijas nunca dejáis de serlo y, ahora, allá, entenderás que las madres lo somos hasta el infinito, incluso más allá.

Nunca te arrepientas de perseguir tus sueños, no te avergüences, ni te asustes. No eches la vista atrás, camina erguida y orgullosa, mostrando al mundo quién eres, sabiendo lo que quieres. Pinta rayos de colores a tus mañanas porque tras las nubes siempre sale el sol.

Es tu escenario. Así que, decóralo como mejor te parezca. La libertad consiste en jugar con esos  rayos de colores, aprender a cerrar los ojos para percibir la felicidad.  Con tinteros, pergaminos, globos y guirnaldas, dale a tu independencia la acogida que se merece:

 ¡Bienvenida libertad! Te deseo una vida larga y llena de melodías. Y yo, que lo vea.

Y, si alguien, con acento de cualquier lugar, te devuelve la sonrisa, pega un cerrojazo al pasado y tira la llave al fondo de ese océano, que te “dá boa noite” .

Respira brisas marinas, mi viajera valiente y primeriza, deja de temblar y disfruta cada minuto de cada momento.

Y si tropiezas, pega un salto y sigue caminando. Tu sabes mejor que nadie que, un día desperdiciado es un día desvanecido, que los cobardes llenan sus días de penas sin glorias. Que esconderse, de nada sirve cuando te quemas por dentro. Que las miserias de los demás no pueden consumirte y que tu única responsabilidad, debería ser buscar tu estrella, encontrar  su estela y seguirla hasta la locura.

Ahora es tu momento. Hoy eres lo más vieja que puedes ser y  lo más joven que nunca serás.

Mis correos y yo te llevaremos el hogar en forma de  fogones.  Cada receta tendrá  sabor a casa, aromas de  tu  gente, para que nunca olvides que, a 500 km o a un millón, nos llevas  contigo. Constantes e incondicionales, pertenecemos los unos a los otros. No podemos dar la espalda a lo que somos, ni dejar de amar a quien queremos. Es como la levedad del ser, ingrávido y ligero, que percibe lo más pequeño para convertirlo en inmenso.

Mi primera viajera, mi soñadora intransigente, perseguidora de causas perdidas, mi luchadora de pálpitos, saborea tu viaje, vuela con las gaviotas, pasea por los puentes, recorre las calles, danza bajo la lluvia,  reinventa tus carcajadas y no dejes nunca de dibujar cabriolas en el aire. Yo siempre estaré aquí.

 

Ahora, en casa, no hay habitaciones deshabitadas, sino estancias redecoradas para vivir intensamente cada día tal y como elegimos hacerlo.
Este es el homenaje a mi primera viajera, la que abrió un camino, iniciando una nueva forma de compartirnos los unos con los otros.

Si sientes curiosidad, te dejo la primera receta que envié a mi primera viajera: MI TORTILLA DE PATATA

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