ÉRASE UNA VEZ

mis historias

Erase una vez, hace mucho, mucho tiempo,

una niña de trenzas doradas que soñaba con hacerse mayor.

Y mientras se disfrazaba con tacones y se pintaba los labios de rojo sangre,  las historias mágicas de príncipes y heroínas se perdían en el olvido.  

 

Hasta que una mañana, se despertó sin sueños y supo que los culpables eran los tacones y  los pintalabios. Era el momento de guardarlos en el armario y recuperar los cuentos que le contaba su madre antes de dormir. Así fue como aquella niña volvió a peinarse sus trenzas, su imaginación infantil recuperó la inocencia y voló a fantásticos mundos.

 

Comprendió que su felicidad estaba en esas tardes de domingo  y esas mañanas de vacaciones en las que su abuela compartía con ella todos los secretos que guardaba entre sus recetas. Y es que su abuela, tenía magia en sus manos. Estaba segura de esta afirmación cuando la observaba mezclando harina con agua y con movimientos certeros, convertirla en una masa suave y esponjosa. O cuando agitaba con movimientos constantes, huevos y cacao hasta que la mezcla esponjosa desprendía un aroma a canela que se expandía por toda la casa, hasta convertirla en chocolate. 

 

Y entre esas melodías y aromas, aquella niña se convirtió en el tipo de mujer que prefiere zapatos planos para correr lo más rápido posible hacia un futuro más esperanzador.

 

La realidad, cruda a veces, amarga otras, nos hace perder la esencia de las pequeñas cosas.

Olvidamos cómo se disfruta de los detalles sencillos, casi inapreciables o cómo recuperar la ingenuidad de querer ser mayor.

 

En el caminar del tiempo, la historia fluye para recordarnos quiénes somos.

Si pudiéramos valorar estos intangibles momentos, nuestros príncipes y heroínas serían menos perfectos y más parecidos a  quien comparten nuestras miserias.

Ésos, que no nos olvidan cuando somos invisibles, aquellos que sufren con nuestros miedos, los que nos regalan una risa limpia, un abrazo, un hombro donde apoyarnos.

 

Por fin, aquella mujer  dejó de soñar como una niña y descubrió que él, siempre estuvo ahí, esperando a que despertara. Su caballero sin coraza, su trovador de historias era el que mantenía sus sueños intactos.

 

 Cada uno de nosotros llevamos ese pequeño rincón en el alma, el ojo de Dios, que nos lleva de la mano aún sin saberlo.

Somos invencibles cuando creemos en nosotros mismos, sin prejuicios, ni convencionalismos.

Cuando protagonizamos historias en las que no es importante el final.

Cuando aprendemos que, lo realmente mágico es VIVIR , reír de impotencia y llorar de felicidad.

El éxito no es amasar fortunas, ni reconocimientos, sino perdurar en el tiempo y en el corazón de los que compartieron glorias y derrotas.  La mayor gloria envejecer rodeado de los tuyos. La esencia de la vida es la alegría de sus charlas, el orgullo de sus triunfos.

Esta fue la historia que hizo a aquella niña sentirse  alguien extraordinario, como los príncipes y hadas que le acompañan cada día compartiendo  penurias, fracasos, miedos y disfrutando de sus éxitos y alegrías.

Para todos esas niñas convertidas en mujeres y los caballeros de oxidadas armaduras, va mi relato.

Para terminar el  cuento, ” Fueron felices y comieron perdices” y comenzar  la vida.

 

Si te apetece consultar la receta que inspira esta historia:

LA GALANTINA DE POLLO.

 

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3 respuestas a “ÉRASE UNA VEZ”

  1. Quė alegría que te guste pasear por aquí. Espero contar contigo muy a menudo. Un saludo.

  2. Gracias Lourdes. Me alegro mucho que te guste. No dejes de pasearte por estas historias y sus fogones.

  3. ¡Hola Eli! Muy bello el blog y muchos temas interesantes. Me ha encantado “Erase una vez”.
    Volveré a visitarte. Gracias por compartirlo.

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