-I-
No tengo muchos recuerdos de mis padres biológicos.
Mi familia adoptiva cuidó de mí con mimo desde que fui un bebe. Pendientes de que nada me faltara, yo crecía rodeada de cariño, quizá con excesiva zalamería.
Hasta el día que me perdí y mi vida cambió para siempre.
Me encantaba jugar con mis amigos en el parque, pero aquella tarde, quise curiosear más alla de los confines de la arboleda y entonces descubrí que no todas las personas son tan buenas como mi entorno y que hay muchos, quizá demasiados en este mundo que lo pasan realmente mal.
Asustada, absolutamente perdida, deambulaba por las calles. Para los transeúntes encerrados en sus preocupaciones, yo era una invisible. Hasta que me topé con una panda de vagabundos que no sabían de sencilla amabilidad.
No conocían la ternura. Sus ojos desprendían dureza y sus expresiones eran del “sálvese quien pueda y a ti, hoy no te toca”.
Imperaba la ley del más fuerte y yo era la diversión del día para aquellos bestias. Así que, cuando me arrinconaron en aquella esquina y se acercaron de a pocos, relamiéndose, me protegí como un ovillo y toda mi vida pasó ante mí en un instante.
Pero ocurrió lo inesperado. Entre ellos y yo, apareció una piel tatuada de cicatrices de tamaño inmenso y aquellos violentos lobos, se transformaron en corderos.
Se llamaba Cale y sentir la vida a través de sus ojos fue una experiencia estremecedora.
Cale, por su complexión atlética, fue entrenado desde niño para la lucha. Su padre, un borracho maltratador, le vendió a una organización dedicada a las peleas ilegales.
Fue adiestrado para este fin y sobrevivió años ganando cientos de combates. Cuando escapó, se prometió que jamás volvería a matar o mutilar para el divertimento de otros.
Y en aquellas ocasiones en las que le brotaba la violencia aprendida, miraba sus cicatrices para recordar quien no quería volver a ser.
En ese camino a la libertad, fue encontrando vagabundos sin techo y les dio una motivación para vivir.
El campamento que dirigía mi salvador era uno de los miles que existían a las afueras de la ciudad.
Formaban parte de la ALIANZA, de hecho eran uno de los grupos más fuertes y mejor organizados.
Allí convivían todas las razas. Ancianos, jóvenes y pequeños, conformaban una gran familia que llamaban “La Hermandad” y cada uno de ellos guardaba en el fondo de su alma una historia de supervivencia.
Cale les enseñó a luchar para guardarse las espaldas unos a otros. Era “El General” y le seguían con verdadera devoción.
Durante los tres días que viví en el campamento, Cale se convirtió en mi sombra. Su personalidad fuerte, pero al tiempo apaciguadora, no guardaba ni una pizca de ensañamiento a pesar de su experiencia en la vida.
Me enseñó que la seguridad de una cama mullida y comportarse como la hija única de la que papa y mama estuvieran orgullosos no era una meta.
La vida es violencia, miseria y crueldad, pero también es libertad, solidaridad y osadía. Entendí que la unión hace la fuerza y que no hay nada más fuerte que la sangre de los tuyos.
Yo era como ellos, allí pertenecía y ya nunca podría vivir en el desconocimiento.
A pesar de todo, amaba a mis padres y echaba de menos sus sonrisas, el aroma de mi hogar. Tenía que volver con Cale para que mama y papa entendieran mi decisión.
Casi se vuelven locos de alegría cuando me vieron en la puerta de casa, pero no permitieron que aquel desaliñado, lleno de cicatrices y con un aspecto de pocos amigos, cruzara la puerta del jardín.
Ni siquiera dejaron que les explicara. Su única preocupación era arrastrarme a la ducha para eliminar el olor a miseria, y encerrarme en mi cuarto. Me rompieron el corazón.
Ahora estaba atrapada en un mundo que no me pertenecía. No era suficiente quererlos mucho.
El General me lo advirtió: “ Llegará un momento en el que tendrás que tomar una decisión”.
Y yo quería decirle que no todos son iguales, que los míos no se guiaban por las apariencias, pero estaba equivocada.
Durante el mes siguiente solo me permitieron salir al jardín y la única visita que recibía era mi abuela Nana que vivía en la casa frente a la nuestra.
¡Bueno!, ella y Cale, que desde la madrugada hasta el alba permaneció bajo mi ventana un día tras otro.
“El general “ nunca deja atrás a los que ama.
Había un plan para rescatarme.
Pero antes, tenía que convencer a mis padres que la hija obediente estaba de vuelta.
El tiempo se agotaba para este mundo que se desmoronaba sin remedio y en los próximos días, La Hermandad se uniría al resto para emprender el viaje sin regreso hacia una tierra desconocida donde poder sobrevivir.
La Alianza nació con este fin, englobar el máximo número de almas hacia el éxodo. En sentido literal, porque son nuestras almas las que nos guian.
Por fín, una mañana de primavera, papa y mama me llevaron al parque.
Sentía que algo se rompía dentro de mí. La pequeña confiada se había transformado en una adulta con sed de libertaria.
Ahora aquel lugar y mis entrañables amigos me parecían vacíos e insulsos.
Y de repente, allí estaba él, al otro lado de la calle, sentado, paciente.
Cuando nuestras miradas se cruzaron supe que había llegado el momento.
-II-
Me sentí como aquella primera vez que estuve a punto de ser atacada por la manada.
Miraba a mis padres, el banco de siempre bajo el gran olmo y reconocía mi anterior vida tranquila, feliz.
Pero entonces, encontraba sus grandes ojos salvajes y el corazón se disparaba y mi alma quería saltar del cuerpo para ir a su encuentro. Necesitaba a “mi general”, amaba su ansia de lucha y solo quería seguirle al fin del mundo.
Mis padres siempre serían humanos, ajenos a la realidad de mi especie.
Ellos eran parte de este mundo de hombres, cruel y devastador. Y estaban destrozando una naturaleza que no les pertenecía. La Madre Tierra era de todos.
Yo, a pesar de que me trataran como una niña mimada, siempre sería un perro.
Mi instinto estaba tatuado en mi ADN. El sueño con lobos salvajes libres en las montañas nevadas, que se repetía desde mi niñez, era la llamada de mis ancestros.
Mi historia estaba escrita en sus ojos. Él era mi futuro y tenía tanto que aprender…
Pero mi alma guardó con mimo la verdad para permitirla volar en el momento oportuno. Y la hora había llegado.
Abandoné el parque y, mientras cruzaba la calle, eché un último vistazo a aquella vida que ya no me pertenecía.
Se me rompió el corazón al ver a mi padre, correa en mano, corriendo tras de mí y escuchar los llantos de mi madre, me rompió el corazón: “Otra vez se la lleva ese lobo mestizo”. ”Vuelve NESKA, ven aquí mi pequeña”
“Hasta siempre, mis queridos padres humanos. No os olvidaré. Ojalá hubiera podido hacer esto de otra manera”.
Nana me decía adiós con sus orejas tiesas y sus brillantes ojos negros azabache iluminados de nostalgia.
La abuela Nana, la perra loba más preciosa de su camada…
No podía creer que le dejara aquí.
A partir de hoy estaría rota en dos mitades.
Durante mi cautiverio, le revelé mi secreto a la abuela y sin dudarlo, me animó a emprender mi nueva vida … pero sin ella.
¡Cuánto lloré en su regazo!
En la casita blanca de enfrente, estaban todos sus recuerdos. Era su hogar desde siempre donde, humanos y perra, habían envejecido.
Nana era feliz jugando con sus flores silvestres y sintiendo el cariño de aquellas pieles arrugadas que la llenaban de caricias. Se quedaría con sus padres humanos hasta el final, sea cual fuere éste.
Elegió el amor incondicional de aquella familia humana por encima de la arrogancia colectiva de la especie.
Yo creo que ella nunca pensó que encontraríamos el valle o que su cadera dañada, por aquella bicicleta que le atropelló siendo una jovencita, sería una carga.
Y tenía razón, las patas cansadas de Nana no hubieran soportado este viaje.
Muchos más jóvenes que ella, sanos y con un vigor innato no lo han conseguido. Hemos perdido en el camino amigos entrañables que siempre recordaremos y honraremos.
El trayecto hasta aquí ha sido casi imposible, pero contábamos con el instinto del general Cale y la intuición de sus tenientes. Ellos nos alejaron del peligro atravesando zonas inhóspitas en las que se perdía cualquier rastro.
Durante el éxodo, nuestros vigías, las águilas imperiales, se convirtieron en nuestros ojos y los susurradores, los grandes felinos, en nuestros oídos.
Los rastreadores, la manada de lobos blancos, borraban cualquier huella que pudiera descubrirnos.
El resto seguíamos a la gran manada, cuidando de los más débiles e indefensos, confiados en encontrar pronto nuestro paraíso en la tierra.
-III-
Han pasado ya cinco años desde que cruzamos aquella oscura cueva descubriendo la inmensidad del gran valle. Hoy sabemos que la negrura de la piedra solo permite el paso de las almas puras.
Cientos de especies, incluida la humana, convivimos en armonía y somos cada vez más fuertes, preparados para aquello que está por venir.
Hay miles de reductos como el nuestro, esparcidos por todo el planeta, donde el apocalipsis no ha llegado aún.
Me encanta subir junto a Cale al punto más alto de la montaña y observar las nubes merodear sobre el risco, escuchar el susurro del viento revoloteando entre ellas, el graznido de las gaviotas y el melodioso ruido de la cascada al resbalar por la frenética pendiente. Es hipnótico descansar en el remanso de las aguas plateadas del lago y observar a los osos pescando las truchas doradas.
Ahora soy madre y cuido de los cachorros mientras Cale les enseña a defenderse. Aprenden a camuflarse en las copas más altas del bosque centenario o se convierten en brizna de hierba para observar el ciervo que pace tranquilo en la pradera.
Intuitivamente sé cómo, cuándo y dónde reconocer las trampas, soy más rápida que el rayo y más silenciosa que el pensamiento.
Cale nos ha enseñado a sobrevivir con la misma naturalidad de quien practica un juego de niños. Y yo educo a nuestros hijos, esperando que haya generaciones venideras a las que transmitir todos estos conocimientos.
Cada mañana damos gracias por este paraíso. Y no olvidamos a los que perdimos en el viaje y los que nunca lo emprendieron.
Seguimos apostando dos vigías en la entrada de la cueva, esperando nuevos supervivientes.
Porque si algo hemos aprendido en esta nueva etapa, es que nada sucede por casualidad.
Cultivamos nuestro paraíso cuidando unos de otros, sin vencedores ni vencidos. Solo eslabones que se enlazan con fuerza para vivir en libertad, compartiendo lo que la madre naturaleza nos ha regalado.
A cuatro o a dos patas, con alas o aletas, incluso con dos piernas y dos brazos, todos somos iguales y cada uno tiene su lugar en este mundo.
Por eso, esperamos lo inesperado de infinitos modos, tantos como almas habitan este valle.
Me acuerdo con tanto amor de la abuela Nana, de papa y mama… Espero que descansen en paz.
Hoy dejo ir las emociones del pasado para abrazar las esperanzas que nos traerá un nuevo mundo.
La felicidad es el motor de este lugar, pero nunca será completa. Los momentos únicos son instantes mágicos que atrapamos al vuelo para después, dejarlos marchar.
Esta historia viene acompañada de una receta deliciosa, la TARTA DE RICOTA de nuestra respostera especial Fiorella y sus cositas ricas, como siempre elaborados con tanto cariño que el resultado son auténticas delicias.
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