Ella, y siempre conmigo,
tenía esa mirada fresca y limpia que no envejece.
Ella, y siempre a mi lado,
era, como la roca y el océano, impertérrita y eterna.
Su voz te recorría el alma en forma de tonadillas y sus manos eran el ungüento amarillo que todo lo cura, con una caricia.
Ella era entrañas y alma, era bondad y esperanza.
Tenía una sonrisa que se alineaba con el brillo de sus ojos, dibujando una expresión sincera, abierta, como las personas buenas por naturaleza, que no tienen nada que esconder y mucho que enseñar.
Si tuviera que contaros algún defecto, sería, creerse una mujer normal entre el resto de la gente.
Claro, que ella no era consciente de su singularidad. No reconocía el ser, en periodo de extinción, que habitaba ahí dentro.
Por el contrario, se pensaba rutinaria, aburrida. Lo decía desde el corazón, con el convencimiento de alguien orgullosa de su normalidad, de quién es y qué hace. Recuerdo la definición de sí misma cuando le adulaban. “No, no, hija. Yo soy del montón”.
Realmente se marchó sin identificar su idiosincrasia. Porque alguien singular que se comporta con absoluta normalidad, se convierte en un ser excepcional. Es, sencilla y milagrosamente, ELLA.
Todo lo hacía como si nada hiciera, sin darse importancia. Era un lujo escucharla cantar entre sus fogones, mientras preparaba un cocido digno de todas las estrellas michelín. Nadie sacaba una sonrisa tan espontánea como lo hacían sus dichos y chascarrillos y ella me ha hecho sentir en casa, con todo el poder y la magnitud que estas cuatro letras significan.
Sí, he tenido una gran suerte. Compartir entrañas con una estrella, de las del cielo, un ser de luz que, como todos los seres que no son de este mundo, se nos marchan demasiado pronto al lugar donde pertenecen.
Pero su esencia, su presencia, sus rutinas y su manera de vivir acompañarán a nuestras generaciones venideras, que formarán parte de esas entrañas tan singulares como mágicas.
Quizá ella es la razón de casi todo en mi vida. Sobrecogerme con las lunas llenas, percibir el aleteo de un ave cruzando el horizonte o sentir todo el mar Mediterráneo dentro de mí. Quizá sea ella la que está en cada puesta de sol o quizá, sólo sean sus genes de imaginación que llevo dentro.
De cualquier manera, continúo creyendo, tal y como ella me enseñó, que la magia más poderosa, es disfrutar de nuestras monotonías. Continúo creyendo en el poder de la gente normal y en las cosas simples y buenas de la vida.
De ella aprendí que, los verdaderos milagros suceden en este mundo.
También ella me enseñó que, todo lo que suceda allá arriba, es para seres de otros mundos.
Como ELLA.
Si sientes curiosidad por descubrir su receta: COCIDO MADRILEÑO.
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