I
La vida es pródiga en hechos, que antes de suceder, parecen sorprendentes pero cuando ocurren, uno se percata que no tenían nada de inexplicables.
Es como saltar al vacío por pura intuición, con el inverosímil convencimiento de que todo está bien y nada malo ocurrirá.
Vivir es algo parecido, es mirar al vacío y seguir tu intuición.
Es ir muriendo de a poquitos, inexorablemente. Todos somos efímeros y transitorios y a la vuelta de un siglo seremos cenizas esparcidas en el mar.
El olvido se extraviará en el tiempo y dejaremos de existir.
Todo lo que hoy soñamos se disipará y los que nos recuerdan no habrán existido jamás.
Nadie sabrá de nuestro recorrido por esta tierra excepto por las grandes o livianas obras que nos sobrevivirán.
II
Las huellas de los hombres perviven en sus pinceladas de colores, en las esculturas o catedrales talladas en piedra, en las letras encadenadas que cuentan nuestras historias y emociones.
En estas obras subsiste el ser humano, en cada una de sus hazañas y descubrimientos, también en sus holocaustos y venganzas.
Y es esta cara de la humanidad, la que deja la huella más cruel y escandalosa pero el hombre, es el único ser que tropieza siempre con la misma piedra, así repetimos las mismas pautas centuria a centuria.
Las generaciones venideras o las que nos precedieron continuarán anhelando, soñando o esperando, serán libertadores o libertinos, lucharán y morirán por sus principios, alcanzarán logros y vivirán agonizando día a día pero el Mundo no advertirá su presencia, ni llorará su pérdida.
III
Este Mundo nuestro no tiene memoria.
Tiene su banda sonora en la fuerza del mar paseando entre las mareas, las olas rompiendo contra la roca y filtrándose bajo sus grietas para volver a ser gotas de lluvia, pausadas y constantes melodías que entonan el paso del tiempo. El mundo continúa impasible ajeno a cada historia escrita en las piedras.
En este proceso por hacernos notar, los avances de la humanidad olvidan lo obvio. La importancia de las pequeñas cosas, lo trascendental de cuidar cada brizna de hierba, cada trozo de cielo azul, cada pequeña criatura que habita mares y tierras, y en esta inmensidad estamos nosotros disonantes y apartados de la esencia que nos conecta con este planeta.
Este mundo no sabe de prisas y ajusta las medidas que el hombre, encerrado en su ostracismo, no es capaz de asumir.
IV
Una vida se reduce a un instante. El Todo y La Nada subsisten en el infinito, sin principio ni fin.
Una tierra incomprendida, un planeta azul que el hombre intenta teñir de rojo y otro año en el que no comprendemos la importancia de ocupar nuestro efímero lugar en este maravilloso mundo.
Algún día los hombres aceptarán su insignificancia frente a la supremacía del Mundo en el que vivimos. Nuestros principios se solaparan con las energías vitales de esta tierra y entenderemos por fin, la importancia de compartir vidas tranquilas, sencillas, auténticas y llenas de esperanza.
La receta que inspira esta historia es un postre muy auténtico, para compartir momentos entrañables. MANTECADOS DE CASA