LA VIDA, LO QUE ESTÁ POR VENIR

La vida  es lo que está por venir,

es lo que nunca llegó  

 y lo que se fue para siempre.

 

Y es que, vivir es sencillo y tan difícil.  

Los sueños se tejen de recuerdos. Una simple canción se convierte en una máquina del tiempo y te permite recobrar la emoción. Entre sus notas y sus letras, viajo a épocas maravillosas. A todos aquellos lugares que tanto han significado en mi vida.

Mis recuerdos se llenan de sonidos, de música, mucha y muy distinta. Pero entre todos ellos, prevalecen los que viví cuando era niña.

Mi abuela Paca era feliz en su cocina. Con su radio, tarareando la zarzamora, su delantal de vichí y esas manos que se movían de un lado a otro con vida propia. Siento toda su ternura, sabores y aromas, como si estuviera aquí.

Y esa niña de pocos años, es decir, yo, se ponía su delantal, igualito que el de la abuela y la cara se iluminaba de pura emoción. Y es que, iba a compartir con ella, su maravilloso pastel de pescado. A solas, mi abuela y yo.

El día que la abuela me regaló el delantal, era lo mismo que nombrarme pinche oficial  de su cocina.

Esa tela de cuadros rojos y blancos,  era el permiso para formar parte de todo aquello. Ella, junto a mi tía y a mi madre, formaban un equipo indivisible cuando se juntaban en el santuario.

Porque así de sagrada me parecía esa cocina. Un lugar que sobrepasaba recetas, era donde ellas se contaban sus secretos, los que, ni siquiera,  los hombres de la casa  conocían.

Era el único lugar en la tierra, donde un puñado de harina o  unas verduras frescas se tornaban en texturas, colores y aromas hasta convertirse en manjares dignos de reyes.

 

Cuando escuchaba el estribillo de la copla, me plantaba en la cocina, me sentaba en su silla de enea y esperaba instrucciones.

Ella me miraba de reojo y me decía: “Niña, dame cuatro huevos de la nevera, y de paso sacas la mantequilla y la dejas aquí cerca del fogón , al calorcito. Ahí, junto a la bandeja de la merluza”.

Desde entonces, ha llovido mucho,  pero creo que mis vivencias, son mucho más vitales que las decepciones. Creo que la vida es demasiado corta, para perder un sólo instante. Hoy tienes 18 años y mañana te despiertas con 40, preguntándote dónde has estado y quién te ha esculpido esas arrugas bajo tus ojos y esos salientes en tus caderas.

Ellas nunca se rindieron,  entre vientos y tempestades, siguieron siempre adelante, con la cabez alta, orgullosas de lo que eran. Sin  preguntarse en lo que pudo haber sido, imaginando un tiempos que no existieron o  vidas que no eligieron.  

La maleta, a estas alturas, está muy llena, casi repleta de cariños y desengaños, de sueños imposibles, de crudas realidades, de coraje, caricias,  ternuras,  tristezas y muchas ausencias. Hay demasiado lastre, quizá más desidia y monotonía de la que hubiera deseado.

Pero, en los bolsillos medio llenos de emociones y siempre, al alcance de mi mano, encuentro a todas las personas especiales y únicas que me han acompañado en el viaje. Aquellas mujeres y sus fogones, que marcaron mi niñez y las que lo hacen todavía, aguantando mi maleta, a ratos pesada, a veces incómoda.


Me he propuesto construir mi futuro a partir de este presente . Me propongo no abandonar mis sueños y dar la bienvenida a todos los que están por llegar.

Voy a marcarme una sola meta, saborear cualquier menudencia que me haga feliz, soplar velas blancas el día que sea capaz de superar al anterior, aceptar lo que tengo hoy, saborear la canción que escucho ahora y escribir lo que siento en mi alma.  Porque es lo que ellas me enseñaron y a ellas se lo debo.

 

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