Sueño tan frecuentemente lo mismo, que me pregunto si quizá no esté soñando.
¿Es realidad o ensoñación?
¿Estoy aquí o allí? ¿Dormida o despierta?
El horizonte se intuye al final de la masa ingente y mutable de agua salada. Tras la línea que indica el más allá, un reflejo anaranjado anuncia los primeros rayos del alba resurgiendo de las profundidades marinas.
Y aquella voz profunda, mecánica. Como si repitiendo, una y otra vez la misma frase, fuera yo a entender su propósito.
“Pídeme un deseo“
Si ninguna duda estoy inmersa en un sueño sin sentido, uno de esos sin orden ni concierto. No es más que la locura caprichosa de mis miedos que despiertos, cobran formas inconexas. Pero esa voz pausada me atrae hacia un lugar desconocido y siniestro.
Exploro el espacio que encuentro delante y también a mi espalda. Solo percibo sombras y una negrura silenciosa. Entre la oscuridad y el amanecer tan sólo el sonido de mis latidos y aquella voz, como una tabla de salvación en el centro de la nada.
Cada paso andado es una sístole más rítmica que la diástole anterior. Escucho un eco lejano creciendo, llenando el silencio con notas armónicas, creando una melodía que acompasa a la inmensa oquedad. Mis oídos, hasta entonces sordos, comienzan a interpretar el vacío.
¿Estoy Aquí o Allí? ¿Dormida o Despierta?
Mi cuerpo se abre al espacio. Mis interrogantes con él. La respiración diluye la opacidad. Bajo mis pies se abre un camino, una advertencia de no traspasar el umbral. Hay un lugar del que no se vuelve, pero yo sigo a la voz, sin pensar en las consecuencias. Porque no existe más que el conocimiento. La sabiduría está en aquel sonido. “Encuéntralo y despertarás”.
Un punto de luz tenue aparece en el espacio, hasta entonces, vacío de color. Se disipa poco a poco hasta convertirse en un círculo extraordinario que, progresivamente, va ampliando su perímetro engullendo toda la negrura.
En esta ocasión la voz es menos mecánica, quizá porque escucho también la melodía.
-” Pídeme tu deseo”
Siento un aroma, una presencia. Estoy cerca. Lo intuyo. Ahora no puedo parar. Nunca froté lámparas mágicas, ni anhelé imposibles, así que, ¡Qué se yo de deseos! Quizá los olvidara en otros sueños o los perdiera de camino a mi realidad.
Pero la voz y la melodía me han hecho recordar que una vez amé la vida. Disfruté de mi gente, del lugar donde nací, de los horizontes que descubrí. Evoco un mes de mayo, el aroma a jazmines, una pequeña capilla. Un vestido de gasa virginal sobre la piel, un velo blanco cubriendo una trenza caoba.
Siento mi vientre, lleno de vida y mi alma se hincha de amor al escuchar la risa de los niños, el aroma de sus pieles.
La voz se abre paso entre el sonido ensordecedor de los truenos y mi corazón, palpitando con la fuerza de un millón de tambores, se adentra en la tormenta
Pero continúo preguntándome si estoy aquí o allí. Si estoy dormida o despierta…
Como si fuera un escenario de película, un firmamento sin estrellas se abre a un escarpado camino de aguas torrenciales.
En el horizonte olas enormes erguidas sobre un mar furioso y helado. Y entre las gigantesca aguas, un velero lucha por mantenerse a flote.
La tormenta atronadora zarandea las velas con furia. Un mástil roto, un hombre inconsciente y dos niños acurrucados en una esquina de la embarcación.
Luchando contra el viento, trabajando incansablemente para mantener la última vela henchida y la popa erguida, una sola mujer.
Los niños gritan en cubierta. El océano quiere robárselos. Pero ella no se lo va a permitir. Los sujeta con cuerdas para que no se los lleven.
Entonces aparece ante sus ojos. Un acantilado de escarpadas piedras. Es ese lugar del que no podrán volver. La pared rocosa triturará la embarcación como si fuera una nuez.
Tras el minúsculo barco, la ola que crece y crece, se estira y se vuelve más alta, más temible. Es la tormenta perfecta.
No hay escapatoria y ruega a gritos otras dos manos más que le ayuden, pero está sola.
Los ojos de pánico de los niños le sacan de su ensoñación.
Atados se despedazarán junto al barco cuando se estrelle contra el acantilado. Sueltos, el gigante de espuma se los tragará al romper sobre la embarcación.
¿Estoy dormida o despierta? ¿Allí o aquí?
Vuelvo a escuchar la voz.
–“Es tu deseo. No lo desperdicies”.
Y entonces siento la piel mojada, mis manos ajadas, los labios agrietados de salitre.
Ahora el pavimento de mi habitación se ha transformado en la tarima del barco. Mirando hacia el cielo descubro un rayo de luz. “ Piensa” – me digo -, “encuentra una salida para ellos”.
Y lo veo con total nitidez. Él, inconsciente en el suelo y sus caritas asustadas, sus cuerpos tiritando de miedo y de frío. Las dudas desaparecen.
“Ellos tienen que vivir. Sálvalos a cualquier precio”. Le ruego a la voz.
La calidez de la mañana me regala otra oportunidad. Descubro mi fuerza y la energía que mueve mi mundo. Miro hacia el horizonte. Ya no hay negrura, tampoco veo el acantilado, ni la ingente masa de agua que se ciñe sobre ellos. De repente entiendo que los sueños están para cumplirse y los deseos para recordarlos.
¿Estoy aquí o allí? ¿Dormida o despierta?
Y soy, de nuevo, aquella niña que corría hacia las onduladas olas para flotar sobre ellas.
– Mira mami, estoy volando.
Recupero el cálido abrazo de mi madre, rodeando mi pequeña cintura.
– “ ¡Vuela, vuela, mi pequeña mariposa de mil colores!”- contesta.
Y reconozco su voz cálida y familiar.
Las dos reímos. Juntas saltamos arriba y abajo, sobre las pequeñas crestas espumosas. Siento tanta alegría…
Es un instante tan efímero como intensa la emoción. El amor de una madre y la despreocupada inocencia de la niñez.
Y ahora las palabras son más que sonidos. Es una presencia llena de luz.
– ¿Es lo que quieres? – Repite.
– “Nunca deseé nada con más fuerza”– le contesto.
Dos olas parecen mecer al velero apartándole del peligro. Las rocas se alejan y el viento, suave ahora, dirige sus velas hacia la playa. El vacío se llena de esperanzas.
Ahora la voz es corpórea. Sonríe y tararea una canción de cuna.
Entre sus brazos cálidos y únicos vuelvo a encontrar la paz, recupero los sueños felices, la inocencia perdida.
¡Cuánto te he echado de menos!
Siento una intensa punzada de pérdida. Y, con la misma fuerza, recupero su aroma. El ayer y el mañana se solapan en un súbito momento. Allí está la niña con su madre de antaño y los hijos con la mujer de ahora, en una misma línea sin tiempo, ingrávida. Son, fueron y serán las vivencias que acunan mi sueño. Tempus fugit.
Y por fin comprendo. Ya no existen barreras que me impidan disfrutar la perspectiva.
El aura está forjado de puro amor, es un resplandor cubierto de emociones. Es entrega y me abro a lo que está por venir…
Sueño tan frecuentemente lo mismo, que me pregunto si quizá no esté soñando.
Incluso, cuando abro los ojos y reconozco la luz entrando por mi ventana, incluso entonces, percibo el olor a mar embravecido y siento su brisa pegajosa en mi piel. Y creo elevarme sobre un mundo que aparece y desaparece una y otra vez, llenando de energía los lugares que dejo atrás…
¿Es realidad o ensoñación?
¿Estoy aquí o allí? ¿Dormida o despierta? …
Esta historia lleva una receta repleta de sabor a mar: ZARZUELA DE MERLUZA