DISLATES NAVIDEÑOS

M.L. Ventura.

Talavera de la Reina.

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Se ha levantado el día desapacible, con una neblina densa que impide ver más allá de pocos metros. La temperatura también ha bajado y es ahora bastante más fría que el pasado mes de noviembre, tan inusualmente cálido.

A pocos días de haber finalizado las fiestas navideñas, el ajetreo del tráfico rodado y de las gentes pululando de un comercio a otro, continúa como si no fuera a terminar nunca. Yo misma he salido temprano de casa esta mañana para ir al super otra vez.

Al llegar elijo entrar en el recinto por una de las puertas laterales, no solo porque me viene al paso, sino porque parece que, al ser más pequeñas, se aglomera menos público; sobre todo ahora en “rebajas” que es una constante el ir y venir de un lado a otro, cargados con bolsas y carros repletos de productos de todo tipo.

Antes de entrar, en el lado derecho, hay un pequeño grupo de personas junto a los contenedores de recogida de desechos. Mientras entre dos sujetan desde los tobillos a alguien que está literalmente dentro del cubo, los otros tres hablan entre ellos. 

Uno, el que lleva la chaqueta abrochada en un solo botón central que parece a punto de estallar en cualquier momento,  dice que estas fechas son buenas porque se compra mucho y se tira más; otro, el del sombrero raído, dice que es injusto que a unos les sobre por duplicado y otros carezcan de lo más básico para sobrevivir; hay otro que lleva una bufanda muy vieja rodeándole el cuello y que desprende un fuerte olor a leña, él comenta que así es la vida y que desde siempre el pez grande se comió al chico, que hace unos días él mismo le dio unas naranjas de las que había recogido en la basura de la frutería, al muchachito que se pone a pedir en la puerta de la iglesia -Siempre hay que mirar atrás – remata.

Cuando salgo observo que ha comenzado a llover bien fuerte. Ahí estaban ellos, con sus bolsas de plástico repletas de restos, resguardándose de la lluvia bajo la cubierta, expresamente levantada, para proteger la chapa de los vehículos estacionados. Pienso otra vez, que este mundo absurdo protege más las cosas materiales que a las personas.

Me he puesto a su lado, casi pegada, y ellos me han mirado con desconfianza. Luego, con el pensamiento, me he dirigido a quien sea que esté allá arriba y le he preguntado por qué si es tan poderoso, permite que ocurran estas cosas ¡pero no me ha contestado, claro; en realidad nunca lo hace! solo mi conciencia remolonea en mi oído diciendo que el buen hacer empieza por uno mismo, así que he abierto la bolsa y les he dado el queso, la mantequilla, la leche y el paquete de arándanos que llevaba para hacer un bizcocho.

Me han mirado sorprendidos y yo, incómoda, me he vuelto para entrar al super otra vez.

A medio camino, el muchacho que estaba metido en el contenedor ha ido corriendo tras de mí y tirándome del abrigo con sus manitas sucias ha dicho bajito:

“Gracia zeñora” 

Se me ha puesto un nudo en la garganta, pero no me ha caído ni una lágrima porque ya hace tiempo que lo entendí todo y he aprendido a sujetarlas.

También me he acostumbrado a que me llamen señora ¡y tampoco lloro ya!

M.L. Ventura

Pradit

Esta receta endulzará el mal sabor de boca del relato: BIZCOCHO CRUJIENTE DE ARÁNDANOS Y ALMENDRAS

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