BUCEANDO BAJO MIS ENTRAÑAS

Érase que fue, una vida maravillosa, no hace mucho tiempo, en un apacible lugar . Érase que pudo ser…

I

Se despertó sobresaltado.

Intentó levantarse, inmerso en la soledad de la noche, pero su cuerpo no le respondía.

Los destellos plateados que desprendía la luna llena en la habitación, bailaban una danza sobrenatural. Afuera, junto a la ventana, las ramas del sauce llorón, se mecían majestuosas, al compás del viento.

sauce llorón

Palpó su cabeza sin encontrarla. Buscó sus manos pero no estaban.

La luna, como advirtiéndole, volvió a iluminar su oscuridad y él percibió la ansiedad de no encontrarse.

Aprisonado en un cuerpo inerte, tan solo escuchaba el ruido incontrolable de un corazón arremetiendo en el pecho. El ahogo que desprende unos pulmones que no respiran.

Y entonces, escuchó de nuevo aquella melodía. Unas notas tan tristes como familiares.

Aquel ritmo acompasado calmó sus ansias por respirar. Comenzó a inspirar y expirar despacio, buscando un equilibrio.

Si la melancolía tuviera un aroma, sería este olor semi amargo que perfumaba toda la estancia.

Entonces percibió su olor, sus manos, reconoció su cuerpo y sintió su abrazo.

Ahora la armonía ya no era música, sino un sollozo apagado, un impotente susurro atormentado, asfixiado entre las sábanas.

Quiso consolarla con sus caricias y, en el intento, rescató imágenes.

Aquel terrible dolor de cabeza, el ruido del parabrisas abriéndose paso entre miles de gotas de lluvia, la sensación de oscuridad más allá del cristal. La luz de los faros engullida por la niebla.

Sintió sus pupilas dilatadas intentando visualizar la carretera, advirtió su respiración fuerte, sus manos oprimiendo el volante, concentrado en lo que encontraría trás las sombras.

coche lluvia desenfoque

Y entonces, apareció la luz cegadora inundando la opacidad.

Sin previo aviso, la bocina ensordecedora salió de las tinieblas. El chirrido de las ruedas, aquella presión de cristales estallando sobre su cara y el sabor metálico, a hierro retorcido, rompiendo el vacío atronador.

Sintió un escalofrío al advertir la almohada vacía. Las manos suaves, que tan bien conocían su cuerpo, ahora acariciaban unas sábanas deshabitadas. La pasión que desprendían sus labios, esta noche se empapaban de lágrimas solitarias.

El mismo pecho, que había palpitado de puro delirio, ahora se estremecía en un llanto acompasado, interminable.

ojo azul y lágrimas

Envuelto en su aliento glacial se reconoció así mismo.

Todo su ser, camuflado en ella, salía de sus labios carnosos y perfectos, los mismos que tantas veces besó.

Deseaba una noche más, necesitaba una caricia interminable pero ella no oía sus “te quieros”, ni sentía el calor de su abrazo.

Tan solo percibió una soledad desoladora.

II

Aquella noche, ella le esperaba con velas y flores para darle la buena nueva. Pero sonó el teléfono y la noticia fue otra.

Hoy, como las últimas 200 noches, no duerme mucho sin su mano entralazando la suya. Añora esa última mirada e intenta no olvidar su sonrisa antes de cerrar la puerta: “Hasta la noche, pajarito”.

Y el “hasta la noche”, se convirtió en un adiós interminable.

Ella escuchó un gemido trás la ventana y sus melancolías se centraron en el sauce que, impertérrito, se mantenía sujeto a sus raíces, dejando pasar toda la luz de la luna hasta colarse en el espejo y robar a la oscuridad su negrura.

Y entonces, como la mariposa elevando sus alas de colores, le vió reflejado en el espejo.

Una última vez recorrieron juntos el camino hacia la esperanza. La fuerza de su cariño les permitió encontrar la luz.

Siempre se comprendieron sin palabras. Ahora también. Ella sabía lo que se ocultaba tras aquella sonrisa, y esta vez, en la opacidad del cristal, escuchó su despedida: “Hasta siempre pajarito”...

Sintió su esencia, también su presencia y supo que siempre permanecería en cada poro de su alma.

Cerró los ojos, acarició su vientre abombado, turgente y le dejó marchar: “ Contigo hasta el infinito y más allá…”

embarazada

 Y en esa caricia llena de amor, él comprendió.

Ya no había dolor, ni soledad, tan solo un ser volátil e inmortal.

Fue en ese instante cuando olvidó quien fué para adivinar la fuerza del amor infinito.

Sintió la entrega de dar, sin esperar recibir nada.

Se bañó de resplandor para conectarse con la inmensidad del cielo y buceando en sus nuevas entrañas, volvió a ser.

volver a ser

Este cuento acompaña al exquisito BIZCOCHO DE ZANAHORIA de nuestra respostera especial Fiorella y sus cositas ricas.Os preguntaréis qué es lo que enlaza esta historia con un postre tan exquisito. Pues creo que su estrecha relación con el amor a algo o a alguien. Los finales de todas las cosas que amamos siempre terminan sorprendiéndonos.

tarta zanahoria

Puedes encontrar todas sus recetas publicadas hasta el momento en su sección “Las cositas ricas de Fiorella”

Cositas Ricas de Fiorella

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