I
Estaba frente al espejo, indagando en las penumbras del cristal, pero no reconocía su reflejo.
Quizá, en otros tiempos, encontrara el brillo de sus ojos y una sonrisa serena pero hoy, la opacidad del cristal, le devolvía una mirada perdida.
El impasible paso por la vida no era empático. No sabía de sentimientos, ni de nostalgias. Las huellas se marcaban en la piel siguiendo una estela de surcos, hendiduras de risas, llantos, pasiones y decepciones. Rastros de sus noches desiertas con sus vacíos días.
Entre tantas marcas de su pasado, encontró una insignificante mirada y trás ella reconoció la ilusión por la vida, el cariño de los suyos, el aroma a hogar, la nostalgia de una canción de cuna.
Aquella imperceptible muestra de felicidad creció desmesuradamente hasta iluminar su rostro, evitando las penumbras de la imagen que observaba desde el otro lado.
II
La luz es poderosa y aparece en cualquier ínfimo rescoldo del alma. Un recuerdo dichoso es un nuevo guiño a la vida, una puerta abierta a la jovialidad que se esconde en su corazón .
El libre albedrío es la voluntad de sentir el presente sin añorar el pasado.
A pesar de los meses que se suceden inevitablemente convirtiéndose en décadas, el transcurrir del tiempo no reconoce arrugas, ni patas de gallo, no sabe del valor de sus horas, ni tiene la habilidad de comenzar donde se perdió la esperanza.
Pero ella sí. Con más o menos aciertos, con más o menos alegrías, con más o menos entusiasmo…
La nostalgia de la niña que fue, se solapa hoy con la madurez de la mujer.
El sueño que imaginó y la realidad que permaneció. La fragilidad de las pérdidas frente a la fuerza de las rutinas. En lucha constante.
III
Ahora sigue adelante, pero no de cualquier manera, no mirando hacia atrás, no pensando en lo que pudo ocurrir y nunca pasó.
Esta última y eterna juventud será la más importante, la que nace desde lo más profundo del corazón, la experiencia que diferencia lo bueno de lo malo, lo importante de lo trivial, la verdad de la mentira.
Sus ojos volverán a reír por algo y dejarán de llorar por nada.
En el espejo de antaño, reconoce la lucidez madura, la ilusión que te regala la plenitud de los años.
Resulta que va a ser verdad aquello de que “la edad es la que tiene tu corazón”.
Las cicatrices de su piel se suavizaron con la perspectiva de un futuro esperanzador. Por fin comprendió esta nueva vida y su desconocida energía.
Esta vez sabía cómo enfrentarse al paso del tiempo. No había que posponer las decisiones. Pasara lo que pasase, sería aquí y ahora.
Maquilló sus labios con carmín rojo, vistió sus ropas más sensuales, recuperó aquellos tacones de 12 centímetros y, más atractiva que 30 años atrás, se concedió una segunda oportunidad.
Se felicitó por ser feliz y apuntó en su cuaderno:
“Tirar el espejo y comprar otro nuevo”
Esta entrada me ha inspirado una receta elaborada pero sencilla. TARTA DE CHOCOLATE BLANCO Y FRUTOS SECOS