Creo que he experimentado de casi todo, demasiado poco y excesivamente de casi nada y a pesar de esta sensación agridulce, siento que mi vida tiene un propósito muy distinto a mis experiencias, unas veces atesoradas, olvidadas otras.
La auténtica herencia no se valora con monedas, ni con propiedades, es aquella que se manifiesta desde las entrañas. Es la esencia que corre por mis venas y hace que sea la persona que soy por dentro y también por fuera. Es la voz interior que me acompaña y redirige mis penas y alegrías, pálpitos que me han hecho tomar unos caminos en lugar de otros.
Esta es la única verdad que me ha sido transmitida, de una nacimiento al siguiente, cuatro generaciones de mujeres, cuatro épocas, cuatro vidas y un mismo ADN corriendo por mis venas.
Somos las mujeres de mi familia. Únicas todas e imprescindibles, unidas por una misma energía.
El efecto dominó de cada vida, nos ha llevado a la historia posterior. De la primera a la última. Mi pasado, mi presente y mi futuro.
La experiencia de mi abuela Paca, sus decisiones y caminar, ha hecho que su bisnieta, mi hija Sandra, sea la mujer viajera, poderosa, independiente y creativa que es hoy.
De una existencia a otra hay un hilo conductor, un puente que nos une.
Les debo mucho más que la propia vida. A ellas, también a mí, va dedicada esta entrada…
Las mujeres poderosas de mi familia.
I. LA BISABUELA FRANCISCA. MI ABUELA PACA
VALIENTE
La abuela siempre encontraba una razón para luchar.
Antes de la guerra nacieron sus 7 hijos. Sacó adelante a 6 de ellos, toda una heroicidad en aquellos tiempos de la postguerra. A la escasez de absolutamente todo lo imprescindible, se añadía la presencia de un marido tan inexistente en su lucidez como violento en sus borracheras; cada noche se acostaba con su peor enemigo, más nocivo que las bombas, más humillante que la guerra.
El abuelo, a priori, era un privilegiado. Tenía un buen trabajo en el METRO de Madrid y un sobre semanal que se bebía en todos los bares de camino a casa, donde llegaba siempre con el bolsillo vacío y el cuerpo lleno de vino. Todos los insultos y golpes eran para la culpable de sus fracasos.
Ella miraba hacia otro lado, se lamía las heridas y se centraba en lo único importante en su día, alimentar a sus niños y mantenerlos a salvo del monstruo.
Pedía fiado en las tiendas del barrio a las que pagaba religiosamente a final de cada semana, fregando muchas escaleras, planchando toneladas de ropa y zurciendo para toda la vecindad. Hacía milagros en aquella minúscula cocina de carbón. Con una despensa medio vacía, alimentaba y calentaba a las seis alegrías de ese hogar. Un par de gallinas y un pequeño huerto de tubérculos en el patio trasero de aquella casucha eran un regalo del cielo. Y así, esta mujer de la guerra, que desprendía honradez por los cuatro costados, luchó sin descanso en la retaguardia con la única arma de su tesón y sus manos ajadas.
La abuela, devota como la que más, nunca perdió la fe en su Dios, aunque visitaba con más frecuencia la casa socorro para curar sus heridas que la iglesia para consolar su alma.
En el sacerdote encontraba la señal de la cruz y palabras dolientes: “Hija mía, este es el sacrificio que el Señor te envía. Acéptalo y reza mucho. ”
El doctor curaba las heridas de su piel, despertándola del sometimiento: “No te rindas, Francisca; o te defiendes o un día te mata”.
Así, esta leona con el cuerpo lleno de moratones y el alma de tristezas, tras demasiados años de golpes, reaccionó el día que él intentó pegar a uno de sus hijos. Por entonces los cuatro más mayores, aunque con edad de ir a la escuela, trabajaban para aportar a la familia el sueldo que el padre se bebía. Y los dos más pequeños, sin la protección de sus hermanos, se escondían bajo el plato de sopa para no escuchar ni oler a ese señor que pegaba a su madre. Ella les sentía sollozar bajito mientras soplaban el caldo hirviendo. Hasta aquella vez que las amenazas y miradas de odio se dirigieron a su hijita: “ésta es como tú de inútil”. Ya sabía lo que iba a continuación y no hizo falta más para despertar de su letargo.
Como un resorte, su instinto salvaje estalló por primera vez: “A ellos NO, a mis hijos, NI MIRARLOS”.
Y con la misma dignidad que había soportado golpes y violaciones, llena de razón y locura, le arrojó, con la fuerza de un mortero, el plato de porcelana lleno de sopa hirviendo. Sin tiempo a reaccionar, el maltratador sintió en sus carnes el dolor y la indefensión del más fuerte.
Con la cabeza abierta, la cara llena de cortes y quemaduras, aquella madre coraje le arrastró por la calle los seiscientos metros que le separaban hasta la casa socorro, gritándole aquellas 8 palabras:
“A ellos NO, a mis hijos, NI MIRARLOS”.
Todo el barrio aplaudió a la heroína que por fin hacía justicia. Aquel cobarde nunca más le puso una mano encima, no volvió a entrar en una taberna, ni tampoco en su cama. La abuela pudo entonces pisar la iglesia con más convicción para cuidar del marido hasta el final de sus días, que no fueron muchos.
Mi mujer más poderosa, la que abrió el camino, la abuela Paca nos enseñó a vivir sin rencores. Fue nuestra leona, sin ley ni protección que la amparara. Sola ante el peligro y la pobreza. Sola con su analfabetismo que no incultura. Porque la educación y el orgullo no se enseñan en las escuelas, ni se leen en los libros, sino que emergen de las entrañas.
De la abuela Paca aprendí que vivir con dignidad, no siempre es vivir dignamente.
Ella nos legó ser mujeres valientes capaces de abrir caminos.
II. LA ABUELA EMILIA (TATA EMI): MI MADRE.
EMOTIVA
Para entonces la guerra quedaba muy atrás. “Emilias” como la mía construían una época nueva, valoraban la calma después de la tormenta porque en sus estómagos, ahora llenos, quedaba el eco de otros tiempos yermos. Mi madre, siempre mirando de frente y sin resentimientos, trabajó desde muy niña para sacar su casa adelante. Y tantas voluntades con una misma intención consiguieron reconstruir un país.
Heredó esa educación natural, la luz y honradez de su madre y nuevos dones innatos que se añadieron a su carácter. Capacidades tan genuinas como una voz melodiosa que hipnotizaba, su ingenuidad natural y esa increíble emotividad que emanaba de cada poro de su piel tan blanca como la espuma de las olas.
Se quedó también con la ruina del pasado y la niñez robada. Le negaron el conocimiento, pero ella quería saber para ocupar su lugar y aprendió a leer y, a pesar de sus faltas de ortografía, también a escribir.
Sin olvidar el camino andado, se acopló a los nuevos tiempos.
Corría la década de los 50 y Emi era una mujer joven en una sociedad hambrienta de oportunidades que emergía de sus cenizas. Ella renacía cada mañana para reinventarse. Se enfrentó a la vida con valentía, como su madre le enseñó; manos limpias y trabajo duro.
Avanzó siempre con positividad y eso es lo que encontró en su camino. Matrimonio, maternidad, posición económica.
Como le ocurrió a su madre, en el barrio todo el mundo la quería con locura, pero a diferencia de entonces, ella entraba en los mercados sin escatimar en calidad ni cantidad, ayudando a quien se lo pedía. A todos conquistó con su caminar de redobles, las palabras amables y esas sonrisas que regalaba a puñados.
Me gusta recordarla tendiendo la ropa al son de sus coplas o con esa expresión perdida en otros mundos, cuando leía durante horas las novelas rosas de Corin Tellado.
Mi padre nunca le comprendió, decía que era literatura barata, para mujeres con poca preparación. ¡Cuán equivocado estaba!
Con esa verdad del alma y su sencillez aplastante hacía sencillo lo imposible y mantuvo unido a todo un clan que subsistía a la cálida sombra de su luz blanca.
No existe diploma que acredite un título más importante.
Aprendimos a no esconder nuestra emotividad.
Mamá Emi hizo que nos sintamos orgullosas de nuestro pasado.
III. LA MADRE: ELISA.
SOÑADORA
Y con estas premisas de esfuerzo y oportunidades, se fragua una nueva clase media que coincide con mi llegada al mundo en la década de los 60.
En este caminar, la abuela Paca siempre formó parte imprescindible de la rutina de sus hijas y sus nietos con los que pasó el resto de su vida disfrutando de esa paz y tranquilidad que tanto se había ganado en este mundo. Yo hoy recuerdo a la abuela nítidamente, me ausento a mi niñez con sus historias, las buenas y las malas, con su sonrisa y paciencia, con esa calma chicha que solo te dan los años y sus recetas espectaculares que disfrutábamos a diario.
Las veo a las tres; la abuela Paca, mi tia Toñi (aquella pequeña que despertó a la leona) y mi madre Emi elaborando recetas en los fogones, como si de un santuario se tratara. Y las imagino hoy como entonces, al rescoldo de la chimenea, al calor de la familia que la arropó hasta el final de sus días. ¡Qué tiempos maravillosos aquellos! Es la herencia que transmitieron a su prole superviviente. Inherente en estas mujeres poderosas.
Yo soy nieta de la posguerra. El propósito último y diría yo único de mis progenitores, era correr un tupido velo sobre lo vivido y facilitarnos un comienzo repleto de lo que ellos nunca tuvieron: niñez, juegos, paz, esperanza, tranquilidad económica.
Fue una época de olvidos; al hambre, a la sensación de abandono y al miedo de antaño. Se tapiaron las emociones como quien echa el candado a una puerta desvencijada donde encerrar el pasado y con él a nuestros mayores.
Éste fue el error más peligroso, olvidar que en el equilibrio se encuentra la cordura.
Ellos, padres que nunca fueron hijos, en su querer dar, pasaron de un extremo al opuesto. Y si algo hemos aprendido con letras de sangre es que todos los extremos son nefastos…
En ese discurrir nadie nos enseñó que, en el sacrificio encontramos la más valiosa recompensa. Nunca experimentamos la plenitud del que sabe esperar, el aprendizaje de la constancia, la importancia vital de una derrota, perseverar en nuestras convicciones y volver a intentarlo.
En ese crecer fácil y sencillo nos convertimos en marionetas sin saber qué hacer con nuestras vidas.
Pero cuando un acto se hace desde el cariño más absoluto y desprendido, lo único que se graba en la memoria es el calor del hogar, el aroma de mamá, las canciones entonadas en cada paso, sus abrazos y esa piel que desprendía tanto amor. No hay nada más importante que estas emociones.
Mis recuerdos más nítidos son nuestras tardes de chicas. Las dos caminando por la calle Princesa, bien agarrada la una de la otra, porque de ella heredé esa manera de sentir la piel y el abrazo de los que queremos.
Mamá necesitaba repartir felicidad más que respirar.
De todos mis deseos, el más poderoso es ella. La imagino conmigo en el tiempo que nos robó la vida. La siento besando a sus nietos el día de su comunión, en el nacimiento del más pequeño, compartiendo tardes cinéfilas agarrada del brazo del mayor por el que sentía una adoración idílica.
Qué bonito hubiera sido compartir una triada de chicas; abuela – hija – nieta.
¿Cómo serían hoy sus canas? ¿Sus abrazos y canciones, tendrían el mismo aroma de antaño?
¡Ah Imaginación, ¡qué poder milagroso tienes, capaz de sanar heridas abiertas!
No conocí una abuela más efímera en el tiempo y tan plena de dicha y nunca sentí un vacío tan grande que el que ella me dejó.
Pero va a ser cierto que los seres de luz son ingrávidos y se marchan demasiado pronto para iluminar otros cielos y cantar a los ángeles. Ella, mamá, me inspiró a imaginar mundos, querer a corazón abierto y quiero pensar que esta es la herencia que he transmitido, esa imaginación de contar historias, la alegría de inspirarlas.
IV. LA HIJA: MI SANDRA.
PODEROSA
Todo se aprende con las caídas y se tolera cuando te levantas. En cada interrogante nos llenamos de la fuerza que recorre nuestras venas. En ocasiones, he sentido que no estaba a la altura, una madre impotente, que no podía evitar las malas rachas a sus hijos, que quizá no cantó nanas a su debido tiempo o no supo encontrar las decisiones adecuadas en momentos complicados pero entonces veo sus inmensos ojos color miel, despiertos, serenos, que guardan todo el poder de nuestro linaje y siento un orgullo casi inmaculado.
Ella es poderosa, nunca pasa desapercibida. Nació peleando, luchadora desde su primer aliento, su vida es una danza mágica y poderosa. Defiende sus convicciones y nunca camina hacia atrás, a pesar de sus miedos. Ha aprendido a levantarse, lamer sus heridas y continuar su camino.
Sabe mantener su espacio íntegro, abraza desde lo más profundo del corazón y posee la habilidad de regalar esa frase que abriga un alma perdida. Sabe que la felicidad es efímera y que cada lágrima es un nuevo paso hacia su arco iris. Es rápida, irónica, divertida, espontánea, puñetera también. De niña, cuando no levantaba un palmo del suelo, ya baticinaba esa pasión innata: “Mamá, esto es vida”... Una vida ganada a pulso, como la amistad y el amor de su gente. Su cabeza pensativa y su inspiración saben muy bien cómo transmitir emociones en forma de letras.
Su piel ya está impregnada del sacrificio, la perseverancia y el cariño infinito que cada una de nosotras llevamos en nuestras entrañas. Porque si algo nos define a todas es amor incondicional.
Confío ciegamente en esta nueva vida que hereda tanta sensibilidad, en esta generación, más simétrica que nunca, acercándose al equilibrio que sus progenitores nunca descubrieron.
En ella se recogen todos los dones recibidos: Valentía, emotividad, creatividad, fuerza, poder.
Sandra aceptará el testigo que lleva en sus venas, el que nos une de generación en generación y que despertará cuando llegue el momento.
Es en ese instante, ni un minuto antes, ni uno después, reconocerá su reflejo.
Ella acumula toda la esencia que hemos multiplicado exponencialmente a lo largo de generaciones. Representa un comienzo armónico, el puente de este nuevo siglo, el paso elegante del pasado hacia un futuro por el que caminarán las próximas mujeres de nuestra saga.
El linaje de mis poderosas mujeres es el hilo invisible que nos mantiene unidas.
Aceptamos nuestras elecciones de manera intuitiva. Aunque los efectos son distintos en cada una de nosotras, la diversidad convierte nuestros miedos en victorias.
Llenamos los años con experiencias pero hay un instante preciso, sin razón aparente, en el que seguimos nuestro pálpito, como un latido atemporal sonando al unísono. Como ellas lo hicieron antes y como ellas lo harán después, nos reconocemos en las que nos precedieron y soñamos con las que vendrán. Somos eternas.
En este camino, reconocemos la fortaleza de nuestra estirpe, nos sentimos orgullosas de pertenecer a un todo y es entonces cuando disfrutamos con plenitud de nuestras sencillas y hermosas vidas.
El valor no está en el tiempo vivido sino en nuestras entrañas. Una próxima generación de mujeres asombrosas continuará existiendo en este universo cuasi perfecto.
Estoy unida al pasado, presente y futuro de estas madonas poderosas.
Consciente de esta vigorosa compañía, siento cómo la emoción de la perpetuidad me conmueve.
Palpar mi ombligo, acariciar la palabra MADRE y adentrarme en esa huella de otros mundos. Esta minúscula oquedad es mi infinitud con todas ELLAS, la prueba inmarcesible de mi origen.
Y es que ¿Puede existir un propósito más grandioso, una pertenencia más sublime que reconocerte inmortal, parte intrínseca de la eternidad?
Esta entrada inspira una receta que ha pasado de generación en generación. MI TORTILLA DE PATATA.
Entrañable! Como tú y Sandra.
Maravilloso homenaje. Las mujeres somos especiales cuando hay conexión entre nosotras y es genial mostrarlo al mundo.
Ese niño chiquito que sonríe en los brazos de su abuela y junto a su madre y su hermana, es también parte de esta historia y me gusta mirar esa sonrisa limpia y generosa de un niño feliz. Gracias hermanito. Te quiero mucho. Un beso muy grande
Los pelos como escarpias al leer esta entrada. Yo además aún recuerdo las novelas escuchadas en la radio, con tanta atención prestada por nuestra madre a “lucecita” la cual no paraba de llorar y que yo, insensible, con cada llanto aportaba una carcajada, de la misma manera que tú en el sofá de la esquina y mamá en el sofá grande que compartía conmigo,(compartir es un decir, pues ella ocupaba solo una esquina y yo tumbado, ocupaba el sofá entero hasta poner los pies sobre sus piernas) y viendo en la TV una película romántica que os hacía llorar como magdalenas y yo, señalandoos me partía de risa…y hoy cuanto ha cambiado el cuento, que lloro hasta con el telediario jajajaja. En fin, gracias por este merecidísimo homenaje a las mujeres de tu vida, las mujeres de nuestras vidas