Diaros de Ayer y Hoy
Siempre recuerdo a mi abuela con el mandil puesto encima de su ropa negra -luto permanente por sus pérdidas familiares- Permanente también su estancia en la cocina, era ella quien se ocupaba de prepararnos las comidas, ya que vivió con nosotros siempre. Aunque tenía dos hijos más- hija e hijo- ambos viviendo en la misma localidad, nunca quiso alejarse de mis padres, con quienes mantuvo siempre muy buena relación.
Se llamaba Luisa y nació en 1.895
A los 46 años perdió a su marido y previamente había perdido dos bebés, quizás porque la naturaleza es sabia y supo cómo evitarle males mayores.
Con esa carga emocional aplastándole su derecho a la tranquilidad, le tocó afrontar la vida sola con sus otros cuatro hijos, que después se vieron reducidos a tres, porque uno murió de pulmonía cuando ya tenía 33 años ¡La edad de Cristo, decía siempre!
– ¡Entonces se tenían muchos hijos! -contaba- Allí había una señora que había tenido 19, aunque sólo la vivían 12. La pobre estaba fatal de salud, le dolían todos los huesos y era “quebrada de barriga” -deduzco por sus explicaciones que tendría algún tipo de hernia hipertrófica- pero se levantaba cada mañana y se iba al campo a recoger tabaco, algodón o lo que fuera; después arreglaba la casa y hacía la comida para que sus hijos pudieran comer. Allí se quedaban solos todo el día hasta que ella volvía. Los mayores se iban ocupando de los más pequeños y así salieron adelante solos, porque el marido era un borrachín que se pasaba el día en la cantina y ni trabajaba ni les prestaba atención, pero ella nunca le abandonó
– ¡Entonces eso no se hacía! entonces aquello de hasta que la muerte nos separe se cumplía a rajatabla.
Abuela nos hablaba de la guerra cuando éramos niños y todos escuchábamos atentamente sus narraciones; luego fuimos adolescentes y dejamos de prestarle tanta atención porque ya nos sabíamos “sus batallitas” y aquello parecía quedar muy lejos de nuestras vidas, pero todos en nuestro interior admirábamos su coraje y su capacidad de sufrimiento y, muy a menudo, recordamos aquellas vivencias que nos contaba las tardes de invierno, mientras llenaba las rebanadas de pan con nocilla. A mí se me quedó para siempre grabado aquello de que con las guerras perdemos todos ¡hasta los que ganan!
¡Ahora comprendo mejor que nunca!
¡DE TAL PALO…!
Madre tiene 89 años cumplidos este enero. No oye por el oído izquierdo, por el derecho solo regular y no quiere saber nada de sonotones, pero tiene todos los recuerdos frescos y le ha venido a la memoria con esta pandemia, lo que su propia madre les contaba de la gripe española de 1918 y lo extraordinariamente dura que fue con todos:
-Decía abuela que murió mucha gente- dice mirándome con sus ojos empequeñecidos por los años- Hasta el cura y el maestro de su pueblo fallecieron- amplía, como si ellos hubieran estado exentos de verse afectados.
Me mira un momento y como no digo nada continúa:
-Creo que entonces no había tratamientos, pero mascarillas sí; las hacían con gasa y se ataban detrás de la cabeza y, a los más pudientes, les pinchaban un suero para que no les afectaran las pulmonías, tan frecuentes entonces. Aquella gripe al parecer, se llevó a mucha gente joven ¡con esta parece que han venido a por los viejos!
A madre le pusieron dos nombres, Amelia porque le gustaba a su padre e Higinia porque se empeñó la mujer de su amigo que tenía una hija llamada así y que fue su madrina de bautismo, pero ella no quiere saber nada de su segundo nombre porque dice que no le gusta.
En unos meses será bisabuela de una niña que llevará su nombre ¡su primera bisnieta! y se siente muy halagada por ello.
– ¡Que tenga mucha suerte con la vida que le toque vivir! – dice acariciando el vientre abultado de mi sobrina Melissa.
Nació y creció en Extremadura, tierra ignorada por Europa y por la propia España, estancada durante mucho tiempo en el retraso económico, social y cultural a pesar de ser un lugar próspero, de valles fértiles, de gentes afables, de leídos poetas y de osados conquistadores.
Extremadura estuvo tendida en un olvido que todavía dura y que ha mantenido a sus gentes durante mucho tiempo, sumidas en el desánimo y la falta de iniciativa. La costumbre de la férrea disciplina a la que fueron sometidos por el antiguo régimen, que procuraba con toda intención impedirles la bonanza económica y la educativa, en aras de mantener el clasismo y la desigualdad entre las gentes y en la distribución de las tierras, aún pende sobre sus cabezas, cual espada de Damocles.
– Trabajábamos mucho, porque entonces no había los adelantos que hay hoy – dice moviendo la cabeza como si la estuviera balanceando- No había agua corriente y el que no tenía pozo tenía que ir a la fuente a llenar los cántaros para poder cocinar y lavar los cacharros. Nosotros si lo teníamos, pero la ropa la lavábamos en el río, y había que hacerlo todos los días para ponernos de limpio por la mañana, porque sólo teníamos dos trajes y uno era para ir a misa los domingos.
A veces durante el invierno, con el agua helada, nos salían grietas en los dedos. En casa nos lavábamos en un barreño, en el patio en verano y en la cocina, cerca de la lumbre en invierno y, usábamos el jabón casero que hacían las mujeres entonces porque no había cremas ni geles. Las manos las hidratábamos con aceite de oliva. Mi madre aplastaba un poco de romero en el almirez y lo echaba en puchero de barro que rellenaba con un poco de aceite y luego tapaba con un trapo de algodón. Tenía que estar una semana al menos reposando. Cuando se extendía sobre la piel tenía mejor olor que si lo usabas solo.
– ¡Menudo era aquel jabón – dice jocosa- ¡te digo yo que con ese no hay virus que valga!
Y luego añade seria:
– ¡Qué tiempos Dios mío! ¡Cuánta penuria! Y estábamos todos igual, no creas que era cuestión sólo de dinero ¡Era un problema de escasez, porque las guerras lo destruyen todo!
Madre se levanta temprano todos los días. No tiene pereza – nunca la tuvo- y en cuanto termina de asearse y vestirse, desayuna y toma su medicación, siguiendo al dedillo las pautas que le indica su médico.
-He tenido mucha suerte con Don Juan -dice mientras traga la media pastilla que le toca por las mañanas- Es un gran médico y se preocupa mucho por nosotros. Cuando todo esto pase le voy a regalar un queso verato y un bote de miel buena, que sé que le gusta mucho.
Como yo siempre le digo que no haga esas cosas, que el hombre solo está haciendo su trabajo, me mira un poco molesta y dice:
– ¡Déjame que tú no lo entiendes! Eso siempre se ha hecho por agradecimiento y yo le agradezco a él la atención que nos tiene.
Me sonrío y se anima a seguir:
-Entonces nos preocupábamos de verdad unos por otros. Hoy es difícil encontrar gente así. A mi tío Leandro, que era maestro en el pueblo y un “cachito de pan”, siempre le regalaban algo: huevos, leche, queso…. Hasta chocolate le llevaron una vez, que entonces escaseaba siempre ¡Y se quedó sin ello en un rato, porque nos dio una onza a cada uno!
Pues mira, ahora que hablo de chocolate, a Isabel le voy a llevar unos bombones, que seguro que le gustan – dice refiriéndose a la enfermera que le atiende en el centro de salud.
AUGURIOS
Amelia es sinónimo de voluntad. Ella que siempre fue una mujer inquieta, hábil e incansable, ahora está pesada y torpe. Camina con ayuda de muletas y se mueve con lentitud, pero a media mañana, invariablemente, se pone con los ejercicios para mantener el peso a raya. Son lentos y suaves porque hace unos años se le rompió una cadera y le robó movilidad.
Lo lleva fatal porque no le gusta estar limitada y mucho menos depender de nadie, pero los hace cada día ¡con ganas y sin ellas! y si le digo en algún momento que lo deje, dice que no, que luego lo piensa y se siente mal.
La reclusión también ha roto su rutina en pedazos. Antes salía un ratito por las mañanas y después se veía el mercadillo de la televisión regional, el concurso de medio día y los documentales sobre animales. Ahora pone las noticias todo el tiempo y luego nos viene preguntando si sigue subiendo “la raya” del virus.
-Es que entre lo que no oigo y lo que no entiendo! – dice pesarosa- Y estos de la tele adornan las cosas cuando las cuentan para que suenen como ellos quieren”
¡Y no le faltará razón! -pienso yo.
Consternada nos augura malos tiempos, pero luego se arrepiente y lo adorna para no preocuparnos.
– Nosotros -dice refiriéndose a sus hermanos y a ella- no vivimos la guerra
Mira a lo lejos como si estuviera visualizando una proyección y continúa hablando lentamente:
-Pero nos tocó la posguerra que fue muy dura para todos, daba igual que tuvieras posibles porque hacían cartillas de racionamiento y eso significaba comprar sólo una unidad de lo que hubiera.
¡A veces después de esperar turno en la fila cuando llegabas no quedaba nada, entonces tocaba coger el mulo o la bicicleta ¡o poner un pie tras otro y caminar hasta 5 leguas a buscarlo!
Más vale que se arregle todo pronto- dice girando la conversación con el ceño fruncido- porque todos los negocios cerrados todo este tiempo nos van a llevar a la ruina. ¡Esto no será una guerra, pero como si lo fuera!
Y añade con énfasis:
– ¡Anda que vosotros no lo ibais a pasar mal, acostumbrados como estáis a no carecer de nada! Además, mira tú otra cosa más, antes se podía confiar en la gente y ahora no es lo mismo, que sois mucho más individualistas, vais cada uno a lo vuestro y no conocéis ni al vecino del rellano. ¿A quién le vais a pedir ayuda?
Me mira fijamente intentando averiguar el grado de preocupación que me hayan podido causar sus palabras y para tranquilizarme dice:
– Aunque no creo yo que sea como entonces ¡ni mucho menos! ¡Qué no, que no! -repite como queriendo convencerse a sí misma- que ahora tenéis muchas comodidades. Tenéis supermercados llenos de comida todos los días, os mandan la ropa a casa si no queréis salir a comprarla, hay farmacias y hospitales para atenderos si enfermáis, sindicatos para protestar si tenéis problemas de trabajo…. ¡Y habéis estudiado, estáis preparados! ¡A vosotros no os pueden engañar como hacían con nosotros!
Yo de esto último difiero ampliamente, pero la dejo seguir sin interrupción.
-A nosotros nos engañaban cuanto querían -dice con los ojitos húmedos- Trabajábamos de sol a sol por cuatro duros y si se le ponía al encargado pagarnos menos lo hacía y tenías que aguantar porque no había otra cosa.
Eso también pasa ahora, pienso, pero no lo digo
-Yo prefería trabajar el campo que ir a servir como interna, como hicieron mi hermana y algunas de mis amigas – continúa- Es verdad que físicamente era más duro, pero yo terminaba la faena y era libre ¡Y volvía a casa con mi familia!
La conversación deriva alternativamente por diferentes senderos porque me habla de vida personal, de trabajo, de penurias, de gustos, de amistades…. ¡todo en uno! Así, toda esa retahíla de recuerdos me ha traído a la memoria aquellas veces en las que abuela me enviaba a la tienda del señor Tomás a comprar:
-Dile que luego voy yo y se lo pago y si no, que mañana va mamá.
Y el señor Tomás, obediente, lo metía todo en aquella bolsa de tela con sus frutas bordadas a mano y hecha expresamente para la compra diaria. De seguido anotaba en una esquina del papel gris de envolver, con lapicero grueso afilado con navaja y sus números dispersos y destartalados, lo que valía cada artículo. Después arrancaba de un tirón el retazo de pliego con “la cuenta”, que jamás tenía error en el resultado y lo introducía en la bolsa con todo lo demás.
Recuerdo también a Matías, el panadero del barrio, que iba puerta a puerta con el saco lleno de pan cargado al hombro. Golpeaba la puerta con el picaporte y gritaba: – “panaderoooooo”
Si no había nadie en casa lo metía en una bolsa y lo dejaba colgado del pomo. Nadie se lo llevaba si no era su pan y él no reclamaba la deuda porque sabía que antes o después se lo iban a pagar. Y si es que no se podía le oíamos decir: “no se procupe usté, señá ésta, cun pan no va a ningún lao”
Cuando se lo digo a madre asiente con la cabeza y se extraña de que recuerde todo aquello.
-No creas que solo tú tienes memoria secundaria – le digo.
Me mira sin saber muy bien a qué me refiero
-La memoria de los recuerdos, mamá- le aclaro.
– ¡Aaah! Pues la mía era extraordinaria- dice lastimera- ¡Qué pena que estuviéramos tan desaprovechados! ¡Ahora vosotros tan preparados y ni memoria tenéis, que lo lleváis todo metido en los cacharros esos ¡que cualquier día van a vivir por vosotros!
FILOSOFANDO CON ESPERANZA
Amelia es también sinónimo de resignación. Dice que su infancia fue muy feliz y que acuña muchos y buenos recuerdos de su juventud, a pesar de haber tenido que vivir las secuelas de la guerra, con todas las dificultades que tuvieron hasta que el país pudo recuperarse.
-Quizás por lo ignorantes que éramos- dice como adormecida de pronto- No salíamos de allí y no veíamos a más gente que la que era como nosotros. ¡Qué íbamos a saber!
– ¡Nacer, crecer, trabajar y morir para engordar las arcas de unos pocos! Esa fue nuestra función y esa es la vuestra también por muchos chismes de esos que hayáis inventado- dice señalando al ordenador con el dedo índice- que al final todos seguimos el mismo camino y vamos a parar al mismo lugar.
¡Ay qué pena! con lo bonita que es la vida en paz y la satisfacción que da compartir. ¡No saben muchos lo que se pierden! ¡A ver si esta gente joven de ahora pone las cosas en su sitio!
Madre carga sobre sus hombros doloridos más de treinta y dos mil días henchidos de dolor, risa, sufrimiento, felicidad, lucha…. Como casi todos condena las guerras, que considera anti natura y piensa que estamos gobernados por el egoísmo y el afán de poder. Cree que los animales nos dan continuamente lecciones de humanidad que no queremos ver y que podrían librarnos de las ataduras del materialismo, pero a pesar de todo es optimista y cuando mira a sus nietos le sonríe a la vida
– ¡Estos se van a comer el mundo!
¡Que no se les coma el mundo a ellos- ruego yo!
Como me ve el gesto, dice:
– ¡No hay que desesperar! y añade: – Dice un refrán que a veces, aunque parezca que el mundo se derrumba, solo se están poniendo las cosas en su lugar.
¡Ojalá, madre – deseo esperanzada yo también!
Año 2020 d.C.
Era de la Pandemia del siglo XXI
M.L. Ventura. Marisa con M de Mujer.
Diarios de Ayer y Hoy es un homenaje a nuestros mayores personificados en la figura de Amelia, madre de M.L. Ventura y Manuel, padre de Elisa Bueno. Autora de los dibujos de toda esta sección es Prado Ventura. Los publicados hasta ahora en: La Galería de Pradit.
Esperamos que, nuestras historias, os lleguen al corazón.
Capítulos ¡Ayeres!
La receta que acompaña a esta historia: LECHE FRITA
Me encanta! Q tierno! Me emocina leer este relato, conociendo a la protagonista.
precioso Relato además de cierto y personal
Me ha encantado!